Santa Rita de Casia, entusiasta de la vida y de la paz, hermana de todos

¿Podrá una santa de la Toscana, que vivió entre 1381 y 1457, decirnos hoy algo acerca de vivir y de buscar la paz en una fraternidad universal?

El papa Francisco, en Audiencia General hace dos años (22 de mayo del 2019) recordó la memoria de Santa Rita, de la siguiente manera:

Hoy celebramos la memoria de Santa Rita de Casia. Ella, en su tiempo, fue mujer, esposa, madre, viuda y monja. Las mujeres de hoy, movidas por su ejemplo, puedan manifestar el mismo entusiasmo de vida, y al mismo tiempo, ser capaces del mismo amor que ella reservó a todos de manera incondicional.

Mujer de muchas facetas, Rita vivió el ideal cristiano en todas ellas, desde sus primeros años. Recibió la gracia de reconocer la “anchura” y la “profundidad” de la caridad (cf. Ef 3, 18). ¿Cuál “anchura”? La de amar al otro como es. ¿Cuál “profundidad”? La de sufrir y sacrificar-se (“hacer sagrado”) por el bien del otro. Ella reconoció este amor que brota de la fe en Cristo, nuestra Vida (cf. Jn 11, 25; 14, 6) y nuestra Paz (cf. Ef 2, 14; Jn 14, 27) y lo experimentó alcanzando el extremo de vivirlo con “longitud” y “altura”. ¿Cuál “longitud”? La de la constancia, afrontando la dificultad. ¿Cuál “altura”? La de buscar que todos lo experimenten. Solo así podemos explicar su gran entusiasmo en cada etapa de su vida.

Fue bendecida desde niña con el don de la familia o de la comunidad: en casa de sus padres como hija, en su propio hogar como esposa y madre de dos hijos, y luego en el monasterio como religiosa agustina hasta el final de sus días. Si bien el paso de una situación a otra tuvo aspectos dramáticos y no felices (sus padres pactaron su matrimonio sin su consentimiento, situación normal en su época; su esposo fue asesinado y sus hijos murieron a temprana edad, al parecer de peste; y al presentarse al monasterio, al principio fue rechazada), estos no lograron que abandonase su búsqueda. 

Es conocido cómo asumió el reto de un matrimonio que no quería, con un esposo irascible: recibiendo con alegría el don de la maternidad, y con paciencia, ofreciendo a su esposo espacios, tiempos y consejos para cambiar, durante 18 años. También tenemos noticias acerca de su reacción al asesinato de su esposo: mucha tristeza, sí, acompañada de muchos esfuerzos, durante 5 años, para convercer a las familias en pugna para que adopten el camino del acercamiento, del perdón y reconciliación, y también esfuerzo para que sus hijos no asuman la venganza como solución. ¿Y en el monasterio? Al fin admitida, durante 40 años, en intensa oración y vida comunitaria; y, en los últimos 15 años de su vida, llevando en la frente la señal de una espina de la Pasión del Señor. 

Hoy, la vida de Rita puede ofrecernos luces para formar en nosotros valores y actitudes en la línea de una fraternidad abierta a todos, que no sea excluyente sino generadora de amistad, perdón, reconciliación. El testimonio de Rita es estupendo al encarnar, en cada faceta de su vida, un modo de respuesta ante la adversidad, fruto de un discermiento que toma como principio y criterio la caridad que Dios infunde en nosotros, como dinamismo de apertura y unión hacia otras personas (Papa Francisco, Fratelli tutti 91), y que logra hacer de los enemigos rostros concretos a quienes amar (87). La caridad nos acompaña al acoger la sabiduría de entender que la vengaza y el odio implican no salir de sí mismo e imponer el yo a los demás y que no puedo reducir mi vida a la relación con un pequeño grupo, ni siquiera a mi propia familia, porque es imposible entenderme sin un tejido más amplio de relaciones (89). Por ello, como decíamos al principio, Rita alcanzó altura:

La altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor… lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor peligro es no amar (92)

El amor a todos de manera incondicional de Rita fue fruto del Espíritu Santo, que produce una mentalidad de vida y de paz (cf. Rm 8, 6), pues, como enseña san Agustín, es el Dios-amor que inflama al hombre en amor de Dios y del prójimo, pues Él es amor (La Trinidad 15, 17, 31). 

Estos paralelos nos inviten a ver el testimonio de santa Rita con nuevos ojos, reconociendo en su vida enseñanzas para el discernimiento espiritual de tu ira, de tu venganza, enojo o impaciencia, aplicándoles el criterio del amor. Así, cada 22 de mayo, al celebrar su memoria, podremos reconocer su vida en Cristo.

Señor, te rogamos nos concedas la sabiduría y fortaleza de la cruz con que enriqueciste a santa Rita, para que, compartiendo las tribulaciones con Cristo, podamos asociarnos más íntimamente a su misterio pascual. Él que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

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