Del temor a la sabiduría: san Agustín y los dones del Espíritu Santo

Conoce la original propuesta agustina para acoger los dones del Espíritu Santo como un camino de crecimiento espiritual.

De la Biblia a la vida cristiana en comunidad

De seguro todos conocemos y sabemos enunciar los «siete dones del Espíritu Santo». A partir del texto de Isaías 11, 2, donde se habla del Espíritu del Señor que reposa sobre el Mesías esperado, hemos aprendido a reconocerlos en el siguiente orden: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, y temor de Dios. Para los primeros cristianos, este versículo del Antiguo Testamento prenunciaba a Jesucristo y a su cuerpo, la Iglesia, nuevo pueblo de Dios salvado y reconciliado para la misión.

En particular, para san Agustín este versículo señala la obra del Espíritu Santo en el interior de los creyentes, que los hace crecer en un estilo de vida según el seguimiento e imitación de Cristo, es decir, en busca de conocer y cumplir la voluntad de Dios. En efecto, el Espíritu, siendo el mayor Don y Gracia que podemos recibir por medio de la Pascua de Cristo, es quien, habitando en nosotros, no permanece inactivo ni nos deja quietos. Al contrario, su presencia fortalece nuestra voluntad, ilumina nuestra mente, y así nos capacita para hacer lo que es agradable al Padre. ¿Y qué le agrada al Padre? Que vivamos como hijos suyos y como hermanos de todos, dando un testimonio alegre y libre.

La ley manda, el Espíritu socorre; la ley hace que tú conozcas lo que debes hacer, el Espíritu hace que tú lo hagas… Los preceptos de la ley son diez, pero son indispensables también las siete acciones del Espíritu Santo. Cuando sobrevienen estos siete, entonces se realizan los diez mandamientos. Cuando interviene el Espíritu Santo, entonces se observa la ley (Sermón 249, 3).

La acción gradual del Espíritu en nosotros

Durante varios años después de su conversión, san Agustín buscó un modo de expresar cómo así el cristiano progresa en el seguimiento de Cristo, y cómo el Espíritu Santo coopera y dinamiza este crecimiento desde su acción interior. Fijando su atención en Isaías 11, 2, comprendió que el número siete presente en los dones significaba simbólicamente la perfección a la cual el Espíritu dirige, y que los dones estaban enunciados de manera descendente, como gradas o pasos que van de lo más alto a lo más bajo. Esto lo llevó a concluir de la siguiente manera:

Si se quiere subir desde los escalones más bajos a los más altos, se pasa del temor a la sabiduría, ya que «el inicio de la sabiduría es el temor del Señor» [Sal 110, 10] (Sermón 250, 3).

Había logrado así un esquema bíblico que expresaba también la pedagogía divina que nos hace crecer con paciencia, gradualidad, y atendiendo a cada uno en particular. Ahora bien, para buscar su aplicación en el mensaje del Nuevo Testamento e integrar en cada grado el compromiso personal de seguir e imitar a Jesucristo, unió a cada don una de las bienaventuranzas del evangelio según san Mateo (5, 1-12).

Los siete grados de la vida espiritual

A continuación, te presentamos este camino gradual que marca el crecimiento del cristiano según san Agustín, que va desde el don del temor hasta aquel de la sabiduría, la cual consiste en la caridad perfecta, pues «la suprema y verdadera sabiduría es el mismo amor de Dios» (Carta 140, 18, 46). En este cuadro hemos integrado, por grado, el don del Espíritu, la bienaventuranza que la acompaña, una explicación y el compromiso humano que se espera. Agustín lo expuso muchas veces (Carta 171A; Sermón 347; El sermón del Señor en la montaña 1, 4, 11 y 2, 11, 38; La doctrina cristiana 2, 7, 9-11) y podríamos decir que consideró que era una presentación útil a todo estado de vida cristiana. Te invitamos a descubrir cada grado y a reconocerte caminante en la vida en el Espíritu.

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