San Agustín, buscador de la unidad

Que todos sean uno, como tú, Padre estás en mí y yo en ti; que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste (Jn 17, 21)

El mismo Cristo el Señor es el Hijo único de Dios, pero no quiso estar solo. Es el único y no quiso estar solo: se dignó tener hermanos. Son aquellos a quienes ordena: «Digan: Padre nuestro que estás en el cielo». ¿A quién quiso que llamáramos «padre», sino a su mismo Padre? ¿Tuvo acaso celos de nosotros? A veces los padres, cuando han engendrado uno, dos o tres hijos, temen engendrar más, no sea que los que lleguen tengan que mendigar. Mas, como la herencia que nos promete es tal que la obtienen muchos sin que nadie sufra estrecheces, por esto mismo llamó a ser hermanos suyos a los pueblos gentiles, y el que es Hijo único tiene innumerables hermanos que pueden decir: «Padre nuestro que estás en el cielo». Pronunciaron estas palabras hombres que nos han precedido y las pronunciarán otros que nos seguirán. Miren cuántos hermanos en su gracia tiene el que es Hijo único, al hacer partícipes de su herencia a aquellos por quienes sufrió la muerte. Teníamos padre y madre en la tierra, para nacer a las fatigas y a la muerte. Hemos encontrado otros padres de quienes nacer para la vida eterna: Dios como Padre y la Iglesia como Madre. Pensemos, amadísimos, de quién comenzamos a ser hijos, y vivamos cual conviene a quienes tienen tal Padre. Consideren que nuestro Creador se ha dignado ser nuestro Padre (Sermón 57, 2).

El Padre Pedro Hidalgo, Rector de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, sintetiza el legado de san Agustín respecto de la unidad: siendo la vocación original de toda la creación y de la humanidad en particular, expresa nuestra común búsqueda de Dios, herencia común; la Iglesia entera ruega por el don de la unidad, y a la vez, se compromete a vivirla cada vez mejor, superando la ambición, el orgullo y practicando el perdón; la fuerza para alcanzar este estilo de entrega y de amor extremo, es recibida en la Eucaristía. El ideal de la unidad es posible, pues Cristo mismo se inmoló, siendo puente y reconciliación entre Dios y los hombres y entre los hombres entre sí.

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