Cada 24 de abril agradecemos a Dios el don de la conversión derramado en san Agustín, y asumimos el compromiso de seguir su ejemplo. Pero, ¿en qué consiste la conversión?, ¿qué la motiva y a qué nos compromete? Te invitamos a descubrir las respuestas a partir de la experiencia de nuestro Padre Espiritual.
San Agustín considera la conversión como una vuelta del hombre a Dios, de quien se había alejado por el pecado. Se trata de un movimiento, un proceso de acercamiento de dos que se reconocen buscadores uno del otro, aún cuando al parecer están distanciados. ¿«Al parecer»? Sí, porque Dios nunca se aleja.
Así lo experimentó san Agustín. El obispo de Hipona comparte en sus Confesiones cómo vivió este proceso. Con un estilo lírico y a veces dramático, alaba y agradece a Dios, mientras relee su propia historia a la luz de las Escrituras. En este proceso personal realizado en diálogo con Dios, descubre que, mientras estuvo errando, la misericordia divina lo acompañó y fue iluminando su camino de retorno, con paciencia y transformando cada error en espacio para aprender y motivar el regreso.
¿Cuáles son los motivos y frutos de una conversión auténticamente cristiana?
San Agustín, a la luz de las Escrituras, comprendió que su conversión fue motivada, sobre todo, por la gracia de Dios, cuya acción interior le provocó aquel sentido religioso de humildad que le hizo asumir el propio pecado y sentirse necesitado de Dios. De esta manera, se dejó ayudar para renovar una relación herida y volver tras sus pasos a la fe de su infancia.
Si el pecado es el acto de soberbia con el que el hombre rechaza seguir la voluntad de Dios para hacer la propia voluntad, la gracia es la ayuda que Dios ofrece al hombre para llevarlo de nuevo a su amor, sanar su soberbia y hacerlo vivir como hijo y hermano. San Agustín fue reconociendo estas realidades a través de la vida de Jesús y movido por el Espíritu.
San Agustín recibió consejos e inspiración de diversos individuos, entre ellos el obispo de Milán, San Ambrosio; el sacerdote Simpliciano; el cristiano Ponticiano; y las oraciones de su madre, Santa Mónica. Todos ellos brindaron apoyo a San Agustín en su proceso de discernimiento personal y búsqueda interior hacia el encuentro con Dios, quien lo atraía hacia sí.
¿Y cuáles son los frutos? Para san Agustín, la conversión cristiana fortalece la unión con Dios Padre, la conciencia de ser su hijo, el compromiso de vivir el don de la libertad bajo la gracia, de cuidar y discernir los afectos del corazón, de construir comunidad con los hermanos, de ser misericordiosos y atender a los más necesitados.
El hecho que coronó la conversión de san Agustín fue la lectura, junto con su amigo Alipio, de la carta de san pablo a los Romanos, 13, 13-14. Nos referimos a la escena del jardín de la casa que los hospedó en Milán. Ambos aplicaron el mensaje a sus vidas (Confesiones 8, 12, 29-30). Pero sabemos que esta lectura no fue fortuita, sino que supuso todo un proceso de acercamiento al texto sagrado, que pasó de la incomprensión y rechazo a la veneración como alimento espiritual.
En particular, a lo largo de sus Confesiones, san Agustín asemeja su proceso de conversión a las tres parábolas de la misericordia presentes en el capítulo 15 del evangelio según san Lucas, aquellas de la oveja perdida, de la moneda perdida y del hijo pródigo o Padre misericordioso. Agustín se dejó iluminar y alimentar por la Palabra, y así se entiende que, para expresar el cambio y movimiento que vivió, use los paralelos de tiniebla y luz, ceguera y visión, olvido y memoria, exterior e interior, muerte y vida, hambre y saciedad, ignorancia y conocimiento. También se entiende que Dios sea representado como el pastor, la mujer y el padre de las parábolas, mientras que Agustín se identifica con la oveja, la moneda y el hijo menor, objeto de la búsqueda y de la alegría divinas.
¿Qué significa esto para nosotros hoy? Que tu historia personal es importante y que estás llamado a hacerte cargo de ella, pues definirá tu caminar; que Dios no se aleja de ti, pues es fiel y cumple sus promesas. Estamos llamados a vivir la conversión como un proceso que incluye la gracia de volver a nosotros mismos hasta llegar a descubrir a Dios presente en nuestra propia historia y, frente a él, reconocernos sus buscadores y asumir el camino de retorno. El resultado será ponerse en sus manos y pedirle que nos conceda vivir con mayor abundancia junto a Él.
Podemos también reflexionar sobre nuestro propio camino a la luz de las parábolas de Lucas 15. Durante nuestra oración, podemos dialogar con Dios a partir de los paralelos mencionados anteriormente, confesarle nuestras debilidades y abrir nuestro corazón a su acción, permitiendo que nos atraiga hacia Él.