La familia agustiniana preserva su devoción a Santa María transmitiéndola de generación en generación. En sus advocaciones, confesamos a Cristo Nuestro Señor como la Gracia, el Socorro, el Consuelo y el Consejo divinos que el Padre nos ofrece como don inmerecido. Del mismo modo, en cada caso, veneramos a Santa María, madre nuestra y modelo de discípula, quien nos ofrece un ejemplo de acogida a estos dones, de evangelización y de perseverancia cristiana.
Nuestra Señora, Madre del Buen Consejo. María es madre de Cristo, Consejero admirable (Is 9, 5), vivió bajo la guía del Espíritu de Consejo, y acogió del todo el eterno Consejo de recapitular todas las cosas en Cristo (Ef 1, 10). Al honrar a María como Virgen del Buen Consejo, queremos implorar a Dios el don del consejo para conocer lo que Le agrada y nos guíe en cada tarea. La fiesta se celebra el 26 de abril.
Nuestra Señora de Gracia. La Virgen María se convirtió en Madre de la Gracia en el mismo saludo del ángel Gabriel (Lc 1, 28). Al ser madre del único mediador, Jesús, es madre del autor de la gracia y dispensadora de gracia. Se celebra esta memoria el 8 de mayo.
Nuestra Señora del Socorro. Ante la gran hostilidad decretada por Dios entre la descendencia de la mujer y de la serpiente (Gn 3, 1-6.13.15) hasta el fin de los tiempos (Ap 12, 1-3ss), la Virgen María intercede por nosotros para alcanzar el Socorro de Dios, Jesús, para que seamos libres de todo mal corporal y espiritual, y así poder servir a Dios y al prójimo con alegría. Se celebra esta memoria el 13 de mayo.
Nuestra Señora, Madre de la Consolación, Patrona de la Orden. María es Madre de Consolación pues, a través de ella Dios mandó al mundo al Consolador, Cristo, Jesús. (2 Co 1, 3-4; Jn 14, 16). La participación en los dolores de la pasión de su Hijo y en las alegrías de su resurrección la ponen en condición de consolar a sus hijos en cualquier aflicción en que se encuentre. Después de la ascensión de Jesucristo, reunida con los apóstoles, imploró y esperó con confianza al Espíritu Consolador. Ahora, ya elevada a los cielos, brilla ante el pueblo peregrino de Dios como signo de segura esperanza y consolación (Lumen Gentium 69). Se celebra esta solemnidad el 4 de setiembre.