Para san Agustín, celebrar en comunidad la Navidad significa vivir con admiración y alabanza un tiempo de gracia. Para sus oyentes, el memorial de la encarnación del Hijo de Dios y de su nacimiento por obra del Espíritu en María Virgen se convierte en una experiencia llena de aprendizajes, pues en su predicación nuestro padre no escatima en recursos para hacer crecer en sus oyentes la fe y el seguimiento de Cristo.
El obispo de Hipona reconoce que esta celebración suele reunir en el templo tanto no creyentes como creyentes, catecúmenos y cristianos de muchos años, esclavos y libres, niños y ancianos, ricos y pobres, gobernantes y súbditos… ¡Gran diversidad y estupenda ocasión! Para alcanzar a servir el alimento de la Palabra gradualmente a todos, se sirve de paralelos y paradojas que presentan el plan de Dios a favor de toda la humanidad. Al exponer la fe, se dirige tanto a la razón como al corazón de sus fieles, con el fin de incentivar en ellos el deseo de Dios. Así, ideas y emociones se entrelazan y expresan la común búsqueda de Dios.
Dios se ha hecho hombre, uno de nosotros, cercano. La admiración ante tal noticia brota espontánea: ¿cómo así esta bendición, esta presencia, cuando nuestra condición humana parece irremediablemente débil, herida, en tensión hacia la división, el beneficio individual y la soberbia? La razón está en la voluntad de Dios que no abandona su creación y propone caminos de reconciliación, humildad, libertad, y de sanación.
Te invitamos a reconocer este mensaje y contemplar el misterio de la Navidad guiado por los siguientes párrafos extraídos de la predicación agustina