DOMINGO DE LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DEL SEÑOR

PREPARAR: 

Pacificar el corazón: Date un espacio adecuado para la oración.

Invocar al Espíritu Santo: Pídele al Espíritu Santo que te de luz para entender las escrituras.

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Oh Dios, que llenaste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo; concédenos que, guiados por el mismo Espíritu, sintamos con rectitud y gocemos siempre de su consuelo. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

LEER:

¿Qué me dice el texto? 

Lee atentamente la lectura bíblica:  Ponte en contexto, fíjate en los personajes, acciones, sentimientos, etc.

Puedes encontrar la frase que te impacte y detente en ella.

Lectura del santo evangelio según San Marcos 14, 12-16.22-26

El primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero pascual, los discípulos preguntaron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?»  Él envió a dos de sus discípulos, ordenándoles: «Vayan a la ciudad y un hombre que lleva un cántaro de agua les saldrá al encuentro: ¡síganlo! Allí donde él entre digan al dueño de casa: “El Maestro pregunta: ‘¿Dónde está mi sala en la que comeré la cena de Pascua con mis discípulos?’” Él les mostrará en el piso superior una habitación amplia, ya arreglada y dispuesta para comer. Prepárennos allí lo necesario». Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho. Y prepararon la cena de Pascua.  Mientras comían, Jesús tomó pan y, después de bendecir a Dios, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi cuerpo». Luego tomó una copa y, después de dar gracias a Dios, se la dio a sus discípulos y todos bebieron de ella. Luego les dijo: «Esta es mi sangre, la de la alianza, que se derrama por todos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día aquel en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios». Después de cantar los Salmos salieron al monte de los Olivos. 

Palabra del Señor, 

Gloria a ti, Señor Jesús

MEDITAR CON SAN AGUSTÍN

“En su mesa consagró el misterio de la paz y de unidad de nosotros con Él” (San Agustín, Sermón 272)

Si quieres entender el cuerpo de Cristo, escucha al Apóstol que dice a los fieles: Ustedes son el cuerpo de Cristo y sus miembros. En consecuencia, si ustedes son el cuerpo de Cristo y sus miembros, sobre la mesa del Señor está puesto el misterio que ustedes mismos son: reciben el misterio que son ustedes. A eso que son, ustedes responden «Amén», y al responder así, lo rubrican. Escuchas, pues: «Cuerpo de Cristo», y respondes: «Amén». Sé miembro del cuerpo de Cristo, para que tu «Amén» responda a la verdad.

¿Por qué precisamente acontece todo eso en el pan? No aportemos razonamientos personales al respecto; escuchemos, una vez más, al Apóstol mismo, quien, a propósito de este sacramento, dice: Un único pan: siendo muchos, somos un único cuerpo. Comprendan y disfruten: unidad, verdad, piedad, caridad. Un único pan: ¿Quién es este único pan? Siendo muchos somos un único cuerpo. Traigan a su memoria que el pan no se hace de un solo grano, sino de muchos. Al ser bautizados, cuando fuimos exorcizados, fuimos como molidos; cuando fuimos sumergidos en el agua, fuimos como amasados; cuando recibimos el fuego del Espíritu Santo, fuimos como cocidos. Seamos lo que vimos y recibamos lo que somos. Eso es lo que dijo el Apóstol a propósito del pan.

Lo que hemos de entender respecto del cáliz, aun sin decirlo expresamente, lo mostró con suficiencia. Para que pudiera existir esto que vemos con la forma de pan, se han conglutinado muchos granos en una única masa, como si sucediera aquello mismo que dice la Sagrada Escritura a propósito de que los fieles tenían una sola alma y un solo corazón hacia Dios. Lo mismo ha de decirse del vino. Recuerden, hermanos, cómo se elabora. Son muchas las uvas que penden de un racimo, pero el zumo de todas ellas, mezclado, es único. De igual modo nos simbolizó también a nosotros Cristo, el Señor; quiso que nosotros perteneciéramos a él; en su mesa consagró el misterio de la paz y de unidad de nosotros con él. El que recibe el misterio de la unidad y no posee el vínculo de paz, no recibe el misterio para provecho propio, sino un testimonio contra él. Vueltos al Señor, Dios Padre todopoderoso, démosle, con sincero corazón y en cuanto lo permita nuestra pequeñez, las más sinceras gracias, suplicando con toda el alma su particular mansedumbre para que se digne escuchar en su bondad nuestras súplicas, alejar con su poder al enemigo de nuestras acciones y pensamientos, aumentar nuestra fe, dirigir nuestra mente, otorgarnos pensamientos espirituales y conducirnos a su bienaventuranza por Jesucristo, su Hijo. Amén.

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL:

¿Puedo decir que mi unión con Cristo y el amor al prójimo son una sola cosa en mi vida?

¿Acaso mi devoción eucarística se ha convertido en un refugio y escape de la vida real?

¿Soy consciente de la fuerza unitiva de Cristo para mi comunidad, para la Iglesia, y para el mundo? 

COMPROMISO:

Realiza un compromiso para testimoniar la paz y la unidad fruto de tu pertenencia a Cristo, en el tramo de vida que hoy caminas.

ORACIÓN DE SAN AGUSTÍN: 

Bienaventurado el que te ama a ti, Señor, y al amigo en ti, y al enemigo por ti, porque únicamente no podrá perder al amigo quien tiene a todos por amigos en aquel que no puede perderse. Y, ¿quién es éste sino nuestro Dios, el Dios que «ha hecho el cielo y la tierra»? Nadie, Señor, te pierde, sino el que te deja  (San Agustín, Confesiones 4, 9, 14).