Pacificar el corazón: Date un espacio adecuado para la oración.
Invocar al Espíritu Santo: Pídele al Espíritu Santo que te de luz para entender las escrituras.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Oh Dios, que llenaste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo; concédenos que, guiados por el mismo Espíritu, sintamos con rectitud y gocemos siempre de su consuelo. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
¿Qué me dice el texto?
Lee atentamente la lectura bíblica: Ponte en contexto, fíjate en los personajes, acciones, sentimientos, etc.
Puedes encontrar la frase que te impacte y detente en ella.
Lectura del santo evangelio según San Juan 6, 24-35
En aquel tiempo, al no ver allí a Jesús ni a sus discípulos, la gente subió a las barcas y se dirigió en busca suya a Cafarnaún.
Al llegar a la otra orilla del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?»
Jesús les dijo: «Les aseguro que ustedes no me buscan porque haber visto las señales milagrosas, sino porque haber comido hasta hartarse. No trabajen por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y da vida eterna. Ésta es la comida que les dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él».
Le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?»
Jesús les contestó: «La obra de Dios es que crean en aquel que él ha enviado».
«¿Y qué señal puedes darnos –le preguntaron– para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: «Dios les dio a comer pan del cielo» ».
Jesús les contestó: «Les aseguro que no fue Moisés quien les dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien les da el verdadero pan del cielo! Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo».
Ellos le pidieron: «Señor, danos siempre ese pan».
Y Jesús les dijo: «Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed».
Palabra del Señor,
Gloria a ti, Señor Jesús
Tras el sacramento del milagro, él añade un sermón para, si es posible, alimentar a quienes ya habían sido alimentados, y con las palabras saciar las mentes de aquellos cuyos vientres sació de pan; pero si comprenden; y, si no comprenden, para que no perezcan los fragmentos se recogerá lo que no entienden. Hable, pues, y escuchemos: Jesús les respondió y dijo: les aseguro: me buscan no porque vieron signos, sino porque comieron de mis panes. Es decir: Me buscan por la carne, no por el espíritu. ¡Cuantísimos no buscan a Jesús sino para que les haga bien según el tiempo! Uno tiene un negocio, busca la intercesión de los clérigos; oprime a otro uno más poderoso, se refugia en la Iglesia; otro quiere que se intervenga a su favor ante quien el primero vale poco; uno de una manera, otro de otra; cotidianamente se llena de individuos tales la Iglesia. Apenas se busca a Jesús por Jesús. Me buscan no porque vieron signos, sino porque comieron de mis panes. Trabajen no por el alimento que perece, sino por el que permanece para la vida eterna. Es decir: Me buscan a mí por otra cosa; búscame por mí (San Agustín, Comentario al Evangelio de san Juan 25, 10).
Las preocupaciones de esta vida pueden ser muchas. Hoy posiblemente se han multiplicado. Cristo Dios y hombre, que es misericordia y mediador, acoge nuestra realidad todos los días y la sostiene. Su presencia es un hecho, para nuestra fe. Para experimentarlo, tengamos siempre el corazón alerta, cultivado, y los ojos puestos en las necesidades del prójimo. No olvides que el pan es doble: alimento para nuestro cuerpo y para nuestro espíritu. Pidamos que a nadie falte, que a todos colme, según su necesidad. ¡Hagamos que esto sea posible!
Dice san Agustín: apenas se busca a Jesús por Jesús. Revisemos en comunidad o en familia nuestra adhesión a Cristo y nuestros momentos para cultivar nuestro amor y seguimiento. ¿Cómo medir si estamos creciendo en su busca? ¡Cuando lo vemos en el necesitado!
Bienaventurado el que te ama a ti, Señor, y al amigo en ti, y al enemigo por ti, porque únicamente no podrá perder al amigo quien tiene a todos por amigos en aquel que no puede perderse. Y, ¿quién es éste sino nuestro Dios, el Dios que «ha hecho el cielo y la tierra»? Nadie, Señor, te pierde, sino el que te deja (San Agustín, Confesiones 4, 9, 14).