Pacificar el corazón: Date un espacio adecuado para la oración.
Invocar al Espíritu Santo: Pídele al Espíritu Santo que te de luz para entender las escrituras.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Oh Dios, para quien todo sentimiento está patente, y a quien habla toda voluntad y para quien ningún secreto queda escondido, por medio de la infusión del Espíritu Santo purifica los pensamientos de nuestro corazón, para que podamos merecer amarte perfectamente y alabarte con dignidad. Por Cristo nuestro Señor. Amén
Lectura del santo evangelio según san Marcos (6, 30-34):
En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
Él les dijo: «Vengan ustedes solos a un sitio tranquilo a descansar un poco».
Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.
Palabra del Señor,
Gloria a ti, Señor Jesús
Si el orgullo nos ha hecho salir, que la humildad nos haga entrar… Como el médico, después de haber establecido un diagnóstico, trata el mal en su causa, tú, cura la raíz del mal, cura el orgullo; entonces ya no habrá mal alguno en ti. Para curar tu orgullo, el Hijo de Dios se ha abajado, se ha hecho humilde. ¿Porqué enorgullecerte? Para ti, Dios se ha hecho humilde. Talvez te avergonzarías imitando la humildad de un hombre; imita por lo menos la humildad de Dios. El Hijo de Dios se humilló haciéndose hombre. Se te pide que seas humilde, no que te hagas animal. Dios se ha hecho hombre. Tú, hombre, conoce que eres hombre. Toda tu humildad consiste en conocer quien eres.
Escucha a Dios que te enseña la humildad: “Yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6, 38). He venido, humilde, a enseñar la humildad, como maestro de humildad. Aquel que viene a mí se hace uno conmigo; se hace humilde. El que se adhiere a mí será humilde. No hará su voluntad sino la de Dios. Y no será echado fuera (Jn 6,37) como cuando era orgulloso (San Agustín, Tratado sobre el evangelio de San Juan 25, 16).
¿Mi ayuda a los demás, o mi predicación y testimonio, tiene base en la humildad de reconocer la necesidad del prójimo, y de asistirla dado el caso?
¿He caído en el activismo? ¿Soy compasivo conmigo, con mi cansancio, con mi necesidad de soledad y tranquilidad?
Esta semana reflexionaré sobre mis actitudes al evangelizar, a la luz de la humildad de Cristo, de la auto-compasión y de las necesidades del prójimo.
Señor Dios, danos la paz, puesto que nos has dado todas las cosas; la paz del descanso, la paz del sábado, la paz sin ocaso. Porque todo este orden hermosísimo de cosas muy buenas, terminados sus fines, pasará; y por eso se hizo en ellas mañana y tarde (San Agustín, Confesiones 13, 35, 50)