Pacificar el corazón: Date un espacio adecuado para la oración.
Invocar al Espíritu Santo: Pídele al Espíritu Santo que te de luz para entender las escrituras.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Oh Dios, para quien todo sentimiento está patente, y a quien habla toda voluntad y para quien ningún secreto queda escondido, por medio de la infusión del Espíritu Santo purifica los pensamientos de nuestro corazón, para que podamos merecer amarte perfectamente y alabarte con dignidad. Por Cristo nuestro Señor. Amén
Lectura del santo evangelio según san Marcos (4, 35-40):
Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?» Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!» El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?» Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»
Palabra del Señor,
Gloria a ti, Señor Jesús
Que se alce, pues, (es así como ha sido invocado) que tome las armas y acuda en nuestro auxilio. La misma voz le dice en otro salmo de dónde debe levantarse: Despierta, Señor, ¿por qué duermes? (Sal 43, 23). Cuando se dice que él duerme, somos nosotros los que estamos dormidos; y cuando se habla de que se levanta, nosotros nos despertamos. De hecho el Señor dormía en la barca; y esta fluctuaba porque dormía Jesús. Si Jesús estuviera despierto, la barca no fluctuaría. Tu barca es tu corazón; Jesús en la barca, la fe en el corazón. Si tienes presente tu fe, el corazón no te fluctúa; si a tu fe la dejas en el olvido, duerme Cristo; atención al naufragio. Pero no dejes de hacer lo que todavía queda: si él duerme, despiértalo; dile: Levántate, Señor, que perecemos; y él increpará a los vientos y vendrá la tranquilidad a tu corazón. Se alejarán todas las tentaciones, o, sin duda, dejarán de tener fuerza, cuando Cristo, es decir, tu fe esté vigilante en tu corazón. ¿Qué significa, pues, despierta? Date a conocer, hazte presente, fíjate. Levántate, pues, y ven en mi auxilio (San Agustín, Comentario al Salmo 34, I, 3).
¿He dudado de Dios en mi interior, alguna vez, ante el dolor, ansiedad o angustia presentes en mi vida o en la vida de quienes amo?
¿Es acaso la presencia de Cristo dentro de mi corazón la fuente de la cual brota mi compromiso de amor al prójimo? Si no, ¿cuál es?
Realiza un compromiso concreto para renovar la búsqueda de presencia de Cristo en la vivencia del miedo en mi vida.
Señor Dios, danos la paz, puesto que nos has dado todas las cosas; la paz del descanso, la paz del sábado, la paz sin ocaso. Porque todo este orden hermosísimo de cosas muy buenas, terminados sus fines, pasará; y por eso se hizo en ellas mañana y tarde (San Agustín, Confesiones 13, 35, 50)