Unidos en una sola fe, nuestras celebraciones comunes guardan un signo de esta unidad. Y un particular de ello se verifica en el Corpus Christi (solemnidad universal en la Iglesia desde 1264), donde celebramos la real presencia de Cristo en la Eucaristía. En otros años, era acompañada de procesiones que representaban a Jesús cercano y humilde, recorriendo nuestras calles, nuestros patios de colegio, nuestros hospitales, etc.
Nuestra particular situación no nos permite dar este testimonio multitudinario. Pero es posible siempre mirar nuestro interior y ver cómo estamos viviendo, o mejor, cómo mi vida puede estar reflejando o no mi devoción eucarística. Para ello, partimos de una certeza: atender las necesidades del prójimo y ver bondad en él, no es algo que esté en riña con la devoción al Señor; más bien, desde San Agustín, comprendemos que el doble mandamiento de amar a Dios y amar al Prójimo es uno solo, pues ambos amores forman una unidad indivisible (cf. La ciudad de Dios 19, 19). Por ello, nos quedamos a medio camino cuando, por amor al prójimo descuidamos el amor a Dios, y viceversa. Y esto tiene relación con el Cristo Pascual en quien creemos: la fe en Él nos hace reconocerle Dios y hombre; y justamente, de esta fe en el Dios y hombre en unión perfecta, brota el amor indiviso a ambos. Un pensamiento que intente, en su seguimiento, separar esto, niega a Cristo por completo, y no testimonia el amor que Él deposita en nuestros corazones para unirnos como hermanos.
Por ello debemos evitar tres situaciones en nuestra vida eucarística:
Finalmente, comparto contigo la canción Bendito Pan. Al grabar este video, nos reunimos muchos hermanos en la fe, con funciones distintas, historias y vivencias diferentes, que en un momento coincidimos porque nos unió el Señor Vivo con sus dones comunes, alimento para vivir como Cristo, al servicio del hermano. Somos rostros, ojos, manos elevadas… ¡corazones! elevados hacia Cristo, para unirnos a Él y así estar más unidos nosotros. ¡Feliz fiesta del Corpus Christi!