Pacificar el corazón: Date un espacio adecuado para la oración.
Invocar al Espíritu Santo: Pídele al Espíritu Santo que te dé luz para entender las Escrituras.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Te pedimos, Señor, que llenes nuestros corazones con la luz del Espíritu Santo, para que te busquemos en todas las cosas y cumplamos con gozo tu voluntad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
¿Qué me dice el texto?
Lee atentamente la lectura bíblica: Ponte en contexto, fíjate en los personajes, acciones, sentimientos, etc.
Puedes encontrar la frase que te impacte y detente en ella.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (24, 46-53):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de esto. Yo les enviaré lo que mi Padre ha prometido; ustedes quédense en la ciudad, hasta que se revistan de la fuerza de lo alto».
Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
Palabra del Señor,
Gloria a ti, Señor Jesús
Estaban reunidos esperando la promesa de Cristo. Se les había dicho que permanecieran en la ciudad hasta que fuesen revestidos del poder de lo alto. Pues yo, les dijo el Señor, os enviaré mi promesa (Lc 24, 49). Él es fiel prometiendo y bondadoso cumpliendo. Lo que prometió en la tierra, lo envió después de ascendido al cielo. Tenemos una prenda de la vida eterna futura y del reino de los cielos. Si no nos engañó en esta primera promesa, ¿va a defraudarnos en lo que esperamos para el futuro? Todos los hombres, cuando hacen un negocio y difieren el pago, la mayor parte de las veces reciben o dan unas arras, que dan fe de que luego llegará aquello a lo que anteceden como garantía. Cristo nos dio las arras del Espíritu Santo; él, que no podía engañarnos, nos otorgó la plena seguridad cuando nos entregó esas arras, aunque cumpliría lo prometido aun sin habérnoslas dejado. ¿Qué prometió? La vida eterna, dejándonos las arras del Espíritu. La vida eterna es la posesión de los moradores, mientras que las arras son un consuelo para los peregrinos. Es más apropiado hablar de arras que de prenda. Estas dos cosas parecen idénticas, pero entre ellas hay una diferencia no despreciable. Si se dan las arras o una prenda es con vistas a cumplir lo prometido; mas, cuando se da una prenda, el hombre devuelve lo que se le dio; en cambio, cuando se dan las arras, no se las recupera, sino que se le añade lo necesario hasta llegar a lo convenido. Tenemos, pues, las arras; tengamos sed de la fuente misma de donde manan las arras. Tenemos como arras cierta rociada del Espíritu Santo en nuestros corazones para que, si alguien advierte este rocío, desee llegar a la fuente. ¿Para qué tenemos, pues, las arras sino para no desfallecer de hambre y sed en esta peregrinación? Si reconocemos ser peregrinos, sin duda sentiremos hambre y sed. Quien es peregrino y tiene conciencia de ello, desea la patria, y, mientras dura ese deseo, la peregrinación le resulta molesta. Si ama la peregrinación, olvida la patria y no quiere regresar a ella. Nuestra patria no es tal que pueda anteponérsele alguna otra cosa. A veces, los hombres se hacen ricos en el tiempo de la peregrinación. Quienes sufrían necesidad en su patria, se hacen ricos en la peregrinación y no quieren regresar. Nosotros hemos nacido como peregrinos lejos de nuestro Señor, que inspiró el aliento de vida al primer hombre. Nuestra patria está en el cielo, donde los ciudadanos son los ángeles. Desde nuestra patria nos han llegado cartas invitándonos a regresar, cartas que se leen a diario en todos los pueblos. Resulte despreciable el mundo y ámese al autor del mundo (Sermón 378).
La casa de mi alma es demasiado pequeña para acogerte, Señor. Hazla más grande. La casa de mi alma amenaza ruina. Restáurala, Señor. Lo sé, reconozco que da pena verla. ¡Está tan destartalada! ¿Quién será capaz de arreglarla? Ciertamente, yo no. ¡Sólo tú puedes arreglarla y limpiarla! Puesto que así lo creo, por eso me dirijo a ti. ¡Y.. tú lo sabes, Señor! (Confesiones 1, 5, 6).
eña para acogerte, Señor. Hazla más grande. La casa de mi alma amenaza ruina. Restáurala, Señor. Lo sé, reconozco que da pena verla. ¡Está tan destartalada! ¿Quién será capaz de arreglarla? Ciertamente, yo no. ¡Sólo tú puedes arreglarla y limpiarla! Puesto que así lo creo, por eso me dirijo a ti. ¡Y.. tú lo sabes, Señor! (Confesiones 1, 5, 6).