24 DE OCTUBRE – DOMINGO 30º DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

PREPARAR: 

Pacificar el corazón: Date un espacio adecuado para la oración.

Invocar al Espíritu Santo: Pídele al Espíritu Santo que te dé luz para entender las Escrituras.

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Oh Dios, para quien todo sentimiento está patente, y a quien habla toda voluntad y para quien ningún secreto queda escondido, por medio de la infusión del Espíritu Santo purifica los pensamientos de nuestro corazón, para que podamos merecer amarte perfectamente y alabarte con dignidad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

LEER:

¿Qué me dice el texto?

Lee atentamente la lectura bíblica:  Ponte en contexto, fíjate en los personajes, acciones, sentimientos, etc.

Puedes encontrar la frase que te impacte y detente en ella.

Lectura del santo evangelio según san Marcos (10, 46-52):
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!».
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!».
Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo».
Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama». Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver».
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Palabra del Señor,

Gloria a ti, Señor Jesús 

MEDITAR CON SAN AGUSTÍN:

Creamos, diré, y digamos que [Jesucristo] es Hijo de David, también Señor de David. No nos avergoncemos del Hijo de David para no encontrar airado al Señor de David. Con este nombre llamaron los ciegos, con toda razón, a aquel que pasaba, y merecieron recobrar la vista. Pasaba Jesús por donde ellos estaban, y, oyendo ellos el alboroto de la turba que atravesaba, pues ya conocían de oídas lo que aún no podían ver con los ojos, gritaron con gran voz, diciendo: ¡Hijo de David, compadécete de nosotros! La turba les mandaba callar; mas ellos, con el deseo de recobrar la vista, venciendo la oposición de la turba, continuaron gritando; detuvieron al transeúnte, y merecieron ser iluminados por El, que los tocó. Ellos decían al transeúnte: ¡Hijo de David, compadécete de nosotros! Él se paró e, imponiéndose al griterío de los opositores: ¿Qué quieren —dice— que haga con ustedes? Y ellos le contestaron: Señor, que veamos. Los toca, y abre sus ojos, y vieron presente al que habían percibido pasando. Así, pues: el Señor ejecutó algo que es transitorio; sin embargo, hay algo que permanece. Una cosa, diré, es lo transitorio del Señor y otra lo estable. Lo transitorio es el parto de la Virgen, la encarnación del Verbo, el progreso en la edad, la manifestación de los milagros, el sufrimiento de la pasión, la muerte, la resurrección y la subida al cielo. Todo esto fue transitorio, pues Cristo no nace, ni muere, ni resucita, ni sube al cielo otra vez. ¿Por ventura no vieron ustedes que estos acontecimientos tuvieron lugar en el tiempo, que en el tiempo dio a conocer a los viandantes algo que es transitorio, para que no se detuviesen en el camino, sino que llegasen a la patria? En fin, también los ciegos se hallaban sentados a la vera del camino; allí percibieron al transeúnte, y clamando le poseyeron. En el camino de este mundo, el Señor obró esto que es transitorio, y esto transitorio pertenece al Hijo de David. Por eso, los ciegos dijeron al Señor que pasaba: ¡Hijo de David, compadécete de nosotros! Esto es como si hubieran dicho: «Conocimos al Hijo de David en el transeúnte; hemos aprendido que se hizo Hijo de David en el tránsito». Luego reconozcamos y confesemos también nosotros al Hijo de David para que merezcamos ser iluminados, pues percibimos al Hijo de David transeúnte y somos iluminados por el Señor de David (Comentario al Salmo  109, 4-5).

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL:

Inmediatamente antes de relatar la entrada triunfal a Jerusalén y, a continuación, los últimos días de la vida terrena de Jesús y su resurrección, Marcos nos ofrece este milagro, el último en su evangelio. Jesús ya había encontrado y sanado a un ciego en Betsaida (8, 22-26), y antes, reprochado a sus discípulos la situación de “tener ojos y no poder ver” (8, 18). Pero Bartimeo es especial: su condición antes y después de su encuentro con Jesús son una invitación para revisar nuestra historia, para ver si estamos felizmente en-caminados hacia Dios, o tristemente des-caminados lejos de Él. Bartimeo no tiene ambiciones ni riquezas, no pide puestos de honor ni poder, y tampoco busca poner a prueba a Jesús: ya estaba libre de estos obstáculos para acogerLo, siendo ciego y pobre, pero por sobre eso, mendigo de Dios con la sinceridad de un niño.  Encuentra a Jesús de paso, “transeunte”, por Jericó, y ojo, en verdad de paso, pues al parecer Jesús huía de la posible tentación de quedarse ahí, siendo una localidad bella, un oasis fertil que invitaba al reposo, y a olvidar su misión. En efecto, Jesús “llega y sale” de ahí.

Pero Bartimeo advierte su presencia, su oído diestro para las cosas de Dios le hace estar en guardia y gritar, vencer dificultades, dejar su manto, encaminarse, hablar, pedir, recibir, y finalmente, ponerse en camino, dejando de estar “al costado del camino” para seguir “por el camino” a Aquel que es “el camino” hacia Dios. Clamó por misericordia (“¡ten piedad de mí!”) y recibió una vida nueva. Pasó, de estar sentado, a ser caminante. ¿En qué actitud te encuentras? ¿Qué sueles pedir en tu oración? Tus acciones en la vida, ¿expresan tu caminar y búsqueda de Jesús, o, en realidad son un acomodo de tus apetitos lejos de Él? Un criterio nos viene ofrecido: en la vida cristiana, Jesús es a quien se sigue y Él siempre nos moviliza, al punto de sorprendernos con nuevas posibilidades y caminos, siempre “en salida”. Ten fe y pide “ver”, pero para caminar con Él; “suelta” las cosas que te retienen, para ser “curado”, y “da un salto” para “acercarte”,  y “seguir”. Recuerda que no se corre o salta con un manto, y que Dios te quiere elevar con su vida divina, para vivir la comunión con Él y con los hermanos. Une a esta gracia tus méritos. Despójate de tus obstáculos, asume el llamado y sígueLo.

Finalmente, este milagro sirve para reconocer potente a Aquel que se mostrará débil en la pasión. Su debilidad lo hace cercano a los necesitados. Pero hay que dejar Jericó, para predicar a los poderosos: Jerusalén aguarda. Bartimeo se une: lo habían acomodado, hasta con un manto, al costado del camino, para que no estorbe. En cambio, él, internamente, se movía más que otros, despavila, se libera, Lo sigue.

COMPROMISO:

El hijo de Timeo llama a Jesús “hijo de David”, es decir, “Mesías”. Y según Isaías, el Mesías restaura la vista a los ciegos. Pero el marco de todo esto es la fe. Discierne qué medios has asumido en tu vida para que tu fe sea alimentada. Recuerda que creer en Dios y en sus promesas es un don que permite ver para amar a Dios y al prójimo, y esperar en Dios. Pero este don está puesto en tus manos para que lo cultives. Haz un compromiso para crecer en la fe: busca con quien compartir tus dudas, busca alguna vivencia religiosa más, o sino la lectura de un libro, una práctica religiosa… ve a una misa o a rezar el rosario de manera presencial. Nuestro mes morado podría ser un volver a comenzar para ti. A veces, solo después de mirar la realidad desde la fe, uno da cuenta de la ceguera que adolecía.

ORACIÓN DE SAN AGUSTÍN:

Señor Dios, danos la paz, puesto que nos has dado todas las cosas; la paz del descanso, la paz del sábado, la paz sin ocaso. Porque todo este orden hermosísimo de cosas muy buenas, terminados sus fines, pasará; y por eso se hizo en ellas mañana y tarde (Confesiones 13, 35, 50).