23 DE ENERO – DOMINGO 3.º DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)

PREPARACIÓN: 

Pacificar el corazón: Date un espacio adecuado para la oración.

Invocar al Espíritu Santo: Pídele al Espíritu Santo que te dé luz para entender las Escrituras.

 

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Oh Dios, que llenaste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo; concédenos que, guiados por el mismo Espíritu, sintamos con rectitud y gocemos siempre de su consuelo. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

 

LECTURA:

¿Qué me dice el texto?

Lee atentamente la lectura bíblica:  Ponte en contexto, fíjate en los personajes, acciones, sentimientos, etc.

Puedes encontrar la frase que te impacte y detente en ella.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1, 1-4; 4, 14-21):

Ilustre Teófilo:

Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:

«El Espíritu del Señor está sobre mí,

porque él me ha ungido.

Me ha enviado a evangelizar a los pobres,

a proclamar a los cautivos la libertad,

y a los ciegos, la vista;

a poner en libertad a los oprimidos;

a proclamar el año de gracia del Señor».

Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él.

Y él comenzó a decirles:

«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acaban de oír».

Palabra del Señor,

Gloria a ti, Señor Jesús

 

MEDITACIÓN CON SAN AGUSTÍN:

Oyeron lo que debieron oír, pero no hicieron lo que debieron hacer. ¿Qué oyeron? Al decir yo: La verdad los hará libres (Jn 8, 32), consideraron que no son esclavos de ningún hombre y dijeron: Nunca hemos sido esclavos de nadie (Jn 8, 33). Todo hombre, el judío y el griego, el rico y el pobre, el cargo público y el particular, el general y el mendigo; todo el que comete pecado es esclavo del pecado (Jn 8, 34). Todo el que comete pecado —dijo— es esclavo del pecado. Si los hombres reconocen esta esclavitud, verán quién les otorga la libertad. Una persona libre es hecha cautiva por los bárbaros: de libre se convirtió en esclava. Lo oye una persona misericordiosa, considera el dinero que tiene, se convierte en redentor, se encamina hacia los bárbaros, les entrega una cantidad de dinero y redime a esa persona. Le devolvió ciertamente la libertad si le quitó la maldad. Pero ¿quién quitó la maldad? ¿Un hombre a un hombre? Al que era esclavo entre los bárbaros lo rescató su redentor. Pero, aunque es grande la diferencia entre redentor y redimido, quizá son ambos esclavos bajo la tiranía de la maldad. Pregunto al redimido: —¿Tienes pecado? —Lo tengo, responde. Pregunto al redentor: —¿Tienes pecado? —Lo tengo, responde. En consecuencia, ni tú has de jactarte de haber sido redimido, ni tú has de enorgullecerte de ser redentor; al contrario, huyan ambos hacia el verdadero liberador. A los que están sometidos al pecado es poco llamarles esclavos; se les llama también muertos. Lo que teme el hombre que le origine el cautiverio ya se lo originó la maldad. Entonces, ¿qué? Porque dan la impresión de estar vivos, ¿ya por eso se equivocó quien dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos (Mt 8, 22)? Por tanto, todos los sometidos al pecado están muertos; son esclavos muertos: muertos por ser esclavos y esclavos por estar muertos (Sermón 134, 3).

 

REFLEXIÓN:

El evangelio de hoy es una reunión de dos comienzos: el comienzo del mismo texto de Lucas y el del ministerio de Jesús. Lucas nos informa sobre su intención al escribir un evangelio: brindar un texto que prepare y acompañe el servicio de la predicación, para que la fe se fortalezca, tanto en la comunidad de creyentes como en los oyentes que se acercan con interés. Esto viene confirmado y desarrollado con el relato de Jesús en la sinagoga de Nazaret: impulsado por el Espíritu Santo, Jesús enseña a sus paisanos, ofreciendo la novedad del cumplimiento de las promesas de Dios en su persona. Además, expresa que la Palabra también le sirve de impulso: al leer Is 61, 1-2, reclama para sí la presencia del Espíritu y el envío a esclavos, pobres, enfermos. ¿Qué se puede esperar de una liberación, curación y proclamación venidas de tales impulsos, sino eficacia divina? ¿Y qué se puede esperar de nosotros, sino una disposición de acogida y agradecimiento? En Jesús, Dios visitó a su pueblo, y te visita hoy, proclamando un mensaje que es respuesta a nuestras esclavitudes: ¡tenemos un liberador! Por eso, para san Agustín, Jesús es el verdadero redentor, a quien hay que acudir, de quien hay que esperar la redención completa, pues te libera del cautiverio de la maldad actuando en tu corazón, es decir, en ese ámbito interior donde, desde el amor y el afecto, decides por Dios o por no-Dios. La gracia de Dios fortalece y acompaña la libertad humana, desde el interior, para vencer el pecado, lograr la conversión y así, sin opresiones, servir a Dios y al prójimo.

 

COMPROMISO:

Discierne: ¿desde cuál esclavitud estoy llamado a acoger la acción liberadora de Dios en mi vida? Se trata de recibir el evangelio, pedir, y también obrar a favor de tu liberación. Dios suscita y acompaña tus buenas intenciones y acciones. Y es posible que alguna esclavitud tenga la necesidad de un compromiso tuyo con el prójimo, para cambiarse hacia Dios.

 

ORACIÓN FINAL:

Bienaventurado el que te ama a ti, Señor, y al amigo en ti, y al enemigo por ti, porque únicamente no podrá perder al amigo quien tiene a todos por amigos en aquel que no puede perderse. Y, ¿quién es éste sino nuestro Dios, el Dios que «ha hecho el cielo y la tierra»? Nadie, Señor, te pierde, sino el que te deja  (Confesiones 4, 9, 14).