Pacificar el corazón: Date un espacio adecuado para la oración.
Invocar al Espíritu Santo: Pídele al Espíritu Santo que te de luz para entender las escrituras.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Oh Dios, para quien todo sentimiento está patente, y a quien habla toda voluntad y para quien ningún secreto queda escondido, por medio de la infusión del Espíritu Santo purifica los pensamientos de nuestro corazón, para que podamos merecer amarte perfectamente y alabarte con dignidad. Por Cristo nuestro Señor. Amén
Lectura del santo evangelio según san Juan (6, 60-69):
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto les hace vacilar?, ¿y si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de ustedes no creen».
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También ustedes quieren marcharse?»
Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios».
Palabra del Señor,
Gloria a ti, Señor Jesús
Acabamos de oír al Maestro veraz, Redentor divino y Salvador humano, encarecernos nuestro precio: su sangre. Nos ha hablado, en efecto, de su cuerpo y de su sangre: al cuerpo le llamó comida; a la sangre, bebida. Los fieles saben que se trata del sacramento de los fieles… nos dio en su cuerpo y sangre un saludable alimento, y brevemente resolvió la gran cuestión acerca de su integridad. Coman, pues, quienes lo comen y beban los que lo beben; tengan hambre y sed; coman la vida, beban la vida. Comerlo es restablecerse; pero te restableces de tal forma que no merma lo que te restablece. Y beberlo, ¿qué es sino vivir? Come la vida, bebe la vida: tendrás vida y la vida plena. Mas esto habrá entonces, es decir, el cuerpo y la sangre de Cristo será vida para cada uno, si lo que se toma visiblemente en este sacramento, lo come espiritualmente, lo bebe espiritualmente en su realidad misma. Porque se lo hemos oído al Señor decir: El espíritu es el que da vida, la carne no sirve de nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y vida. Pero hay algunos —dice— que no creen. Eran los que decían: ¡Duro es este lenguaje!, ¿quién puede escucharlo? Duro, sí, mas para los duros; es decir, es increíble, mas para los incrédulos (San Agustín, Sermón 131, 1).
Hoy se experimentan dificultades varias para vivir, para tener lo necesario, para alcanzar cierto equilibrio o estabilidad que permita tranquilidad y crecimiento. Podemos quejarnos o acoger esta situación para reflexionar en nuestras seguradades, en dónde hemos puesto el corazón y dónde reposa nuestra mente.
Cristo nos interpela y se vuelve a proponer como alimento, como vida… como aquel ante quien es necesario optar: quedarse con Él o alejarse. Seguro esto rompe los esquemas, las seguridades asumidas y que implican lo material, el poder. Con otros, este evangelio y la meditación agustina podrían otorgar un recuerdo de la vida cristiana.
Ante la entrega de Cristo, como alimento y vida, ante esta invitación: ¿qué respuesta le has dado? ¿Qué medios asumir para crecer en esta experiencia de Cristo Restaurador? ¿Cómo generar espacios comunitarios para compartir todo esto?
Realiza un compromiso concreto para renovar mi seguimiento de Cristo en comunidad, y vencer todo obstáculo.
Señor Dios, danos la paz, puesto que nos has dado todas las cosas; la paz del descanso, la paz del sábado, la paz sin ocaso. Porque todo este orden hermosísimo de cosas muy buenas, terminados sus fines, pasará; y por eso se hizo en ellas mañana y tarde (San Agustín, Confesiones 13, 35, 50)