21 DE NOVIEMBRE – DOMINGO NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO, SOLEMNIDAD (CICLO B)

PREPARAR: 

Pacificar el corazón: Date un espacio adecuado para la oración.

Invocar al Espíritu Santo: Pídele al Espíritu Santo que te dé luz para entender las Escrituras.

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Oh Dios Padre, que nos has revelado el misterio sublime de tu bondad enviando al mundo a tu Verbo, Palabra de Verdad, y a tu Espíritu santificador, concédenos la plenitud de la fe que reconoce y adora la presencia del único Dios. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

LEER:

¿Qué me dice el texto?

Lee atentamente la lectura bíblica:  Ponte en contexto, fíjate en los personajes, acciones, sentimientos, etc.

Puedes encontrar la frase que te impacte y detente en ella.

Lectura del santo evangelio según san Juan (18, 33b-37):

En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?»

Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»

Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»

Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».

Pilato le dijo: «Con que, ¿tú eres rey?»

Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».

Palabra del Señor,

Gloria a ti, Señor Jesús

MEDITAR CON SAN AGUSTÍN:

¿Cuál es el reino de Cristo sino los que creen en él, a quienes, aunque quería que estuviesen en el mundo, por lo cual dijo acerca de ellos al Padre: No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal» (Jn 17, 16), dice: Ustedes no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo? (Jn 17, 15). Por ende, aquí tampoco asevera Mi reino no está en este mundo, sino: No es de este mundo. Y tras probar esto al decir: Si mi reino fuese de este mundo, mis agentes lucharían, evidentemente, para no ser yo entregado a los judíos, no asevera: Ahora en cambio, mi reino no está aquí, sino: No es de aquí.

Aquí, en efecto, está hasta «el final del mundo» su reino, el cual tiene en medio de sí mezclada, hasta la siega, la cizaña, pues la siega es el final del mundo, cuando vendrán los segadores, esto es, los ángeles y recogerán de su reino todos los escándalos (cf. Mt 13, 38-41); lo cual, evidentemente, no sucedería si su reino no estuviese aquí. Pero en todo caso no es de aquí porque está exiliado en el mundo; en efecto, dice a su reino: Ustedes no son del mundo, sino que yo les elegí del mundo (Jn 15, 19). Eran, pues, del mundo cuando no eran su reino, sino que pertenecían al jefe del mundoDel mundo es, pues, cualquier cosa de los hombres que, creada ciertamente por el verdadero Dios, ha sido engendrada del estropeado y reprobado linaje de Adán; en cambio, reino no ya del mundo ha sido hecha cualquier cosa que, venida de ahí, ha sido regenerada en Cristo. Así, en efecto, nos arrancó de la potestad de las tinieblas Dios y nos trasladó al reino del Hijo de su caridad (Col 1, 13); reino del que dice: Mi reino no es de este mundo, o mi reino no es de aquí (Tratado sobre el evangelio de san Juan 115, 2).

REFLEXIONAR:

El evangelio que hoy meditamos está extraído del relato de la pasión de Jesús según el evangelio de san Juan, donde las reacciones e intenciones van manifestándose, mientras que el Buen Pastor da la vida por las ovejas. Los judíos representan a quienes no aceptan la presencia y mensaje de Cristo, pues lo consideran lejos de la propia medida de religiosidad y de bondad. Para los romanos, en cambio, aparece mucho menos revolucionario, si bien resulta incomprensible lo que enseña; lo habrían tolerado con gusto seguramente, pero el tumulto generado a causa de Él era imperdonable, y esta situación debía terminar en una lección para todos, pues el dominio romano debía mostrarse inquebrantable, invencible. La astucia de quienes lo acusan de haberse proclamado rey, busca la pena capital: desaparecerlo. De esta manera, la opinión y el poder se unen para intentar borrar el mensaje del amor sin límites, el Dios-con-nosotros, la prioridad dada a los últimos y pecadores: al parecer el Dios cercano, en la tierra, incomoda; es mejor tenerlo lejos, o sino, bien domesticado. Con todo, como en otros casos, la verdad misma, al querer negarla, termina por ser puesta en evidencia.

Es en este contexto que Jesucristo manifiesta su realeza, diferenciando la justicia de Dios de la justicia de los hombres. Pero, ¿de qué realeza se trata? El procesado, proclamado rey por otros, esclarece el sentido de su realeza: es rey porque es testigo, y su reinado es el testimonio de la verdad (religiosa, revelada) que misteriosamente se encarna en él mismo. La verdad es alguien, y acogerla implica creer en Él, seguirLe, convertirse en su testigo. Este estilo de reinado descarta cualquier perspectiva política particular, pues se ubica al servicio de ellas, para inspirar en todas los ideales de justicia, paz, búsqueda del bien común, comenzando desde el mismo corazón humano.

En el diálogo, Pilato confronta a Jesús con la acusación en su contra, pero Cristo confronta a Pilato con sus mismas palabras y su condición. Un judío con las manos atadas comparece frente a un prefecto romano, pero detrás de estas apariencias, el segundo es realmente el prisionero (de su puesto, del poder y de la ambición), mientras que el primero, sin ostentar poder ni imponérselo a los hombres, sin planes políticos ni dinero, hace presente el reino de la verdad que Dios había prometido hace siglos y que hace libres a los hombres. Se trata de una verdad que no progresa por medio de la fuerza (de las armas, del capital, de las influencias, de la elección democrática, etc.), sino gracias al testimonio de los que viven de ella y en ella, agradecidos por haber sido enviados y consagrados por el Padre, siendo débiles y pequeños, pero con un estilo de vida que pone de cabeza todos los criterios de grandeza comunes, rimbombantes y triunfalistas. Se trata, pues, de un reino que no contempla honores, privilegios, carreras, sino la humildad, la mansedumbre y el anonadamiento; un reino que parece estrecho si es que lo medimos con la medida de nuestras ambiciones humanas de exhibición e importancia.

COMPROMISO:

La preocupación de Dios por nosotros es indefectible: las injusticias que sufrimos sirven al proyecto que él tiene para nosotros y permiten que Dios reine en tus dificultades. Pero a veces nuestra fe, esperanza y amor flaquean y no respondemos confiados. Hasta podría convencernos intercambiar a Dios por otra cosa. Entonces, asumamos un discernimiento necesario: ¿qué reino seguir: el de Jesús o el de Pilato? Debes elegir entre el poder-a-tu-servicio de Dios escondido en la debilidad, o la debilidad enmascarada de poder. Acojamos lo mismo en el sermón agustino: el reino de Cristo no es de este mundo, pero está aquí, y, dentro de sí, contiene trigo y cizaña, y así puedo ser generación de Adán o regeneración del Nuevo Adán, Cristo.

ORACIÓN DE SAN AGUSTÍN:

Nosotros, Señor, somos tu pequeña grey. Tú nos posees. Extiende tus alas para que nos refugiemos bajo ellas. Tú serás nuestra gloria. Por ti seamos amados y tu palabra sea temida en nosotros (Confesiones 10, 36, 59).