20 DE FEBRERO – DOMINGO 7.º DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)

PREPARACIÓN: 

Pacificar el corazón: Date un espacio adecuado para la oración.

Invocar al Espíritu Santo: Pídele al Espíritu Santo que te dé luz para entender las Escrituras.

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Oh Dios Padre, que nos has revelado el misterio sublime de tu bondad enviando al mundo a tu Verbo, Palabra de Verdad, y a tu Espíritu santificador, concédenos la plenitud de la fe que reconoce y adora la presencia del único Dios. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

LECTURA:

¿Qué me dice el texto?

Lee atentamente la lectura bíblica:  Ponte en contexto, fíjate en los personajes, acciones, sentimientos, etc.

Puedes encontrar la frase que te impacte y detente en ella.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (6, 27-38):

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «A ustedes que me escuchan, yo les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, oren por los que los injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Traten a los demás como quieran que ellos los traten a ustedes. Pues, si ustedes aman solo a los que los aman, ¿qué mérito tienen? También los pecadores aman a los que los aman. Y si ustedes hacen el bien solo a los que les hacen el bien, ¿qué mérito tienen? También los pecadores lo hacen. Y si ustedes prestan solo cuando esperan cobrar, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. ¡No! Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada; tendrán un gran premio y serán hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sean compasivos como su Padre es compasivo; no juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados; den, y se les dará: recibirán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. Porque con la medida que ustedes midan serán medidos».

Palabra del Señor,

Gloria a ti, Señor Jesús

MEDITACIÓN CON SAN AGUSTÍN:

Que en el ánimo clemente y humilde esté también la disposición de perdonar con misericordiosa. Solicite el perdón quien hizo la ofensa; concédalo quién la recibió, para no caer en manos de Satanás, cuyo triunfo es la discordia entre los cristianos. Gran ganancia comporta esta limosna que consiste en perdonar la deuda a tu consiervo para que te perdone la tuya tu señor. Ambas cosas recomendó el maestro celestial a sus discípulos cuando les dijo: Perdonen y serán perdonados; den, y se les dará (Lc 6, 37-38). Acuérdense de aquel servidor a quien su señor volvió a exigirle toda la deuda que le había perdonado porque no tuvo con su consiervo, que le debía cien denarios, la misma misericordia que recibió él al serle perdonados diez mil talentos (cf. Mt 18, 23-35). Ninguna excusa sirve para no realizar esta clase de acción buena, porque esto todo depende de la buena voluntad […] Perdona, para ser perdonado. En esta obra, la carne no tiene nada que hacer; ningún miembro del propio cuerpo viene en ayuda del alma para que cumpla lo que se le pide. Actúa la voluntad, lo realiza la voluntad. Hazlo tranquilamente; da con seguridad: nada en el cuerpo te dolerá, nada tendrás de menos en tu casa. Al contrario, hermanos, consideren el mal que encierra no perdonar al hermano arrepentido, cuando él precepto manda amar incluso a los enemigos. Si así son las cosas, según lo que está en la Escritura: No se ponga el sol mientras siguen enojados (Ef 4, 26), consideren, amadísimos, si puede llamarse cristiano quien no quiere dar fin, ni siquiera en estos días, a las enemistades, que nunca debió admitir (Sermón  210, 10, 12).

REFLEXIÓN:

Nuestro evangelio forma parte del llamado «sermón del llano» de Lucas y es la continuación de aquel del domingo anterior. Jesús, habiendo expresado donde colocar la felicidad, ahora confronta a sus testigos con sus amores. Como podemos notar, seguir a Jesús y predicarle implica un estilo de vida exigente, que solo puede provenir de un corazón que haya recibido el don de amar como Dios ama. Amar al enemigo, hacer el bien al que te odia, dar sin recibir, ser compasivo (misericordioso) con todos, no juzgar ni condenar, perdonar; todo ello, describe a Cristo y expresa que el poder de Dios es su amor y la tensión que produce es hacia el servicio y la paz. Estos mismos están llamados a ser los criterios de acción del testigo.

¿Y cuál es el fruto, agradable a Dios de todo ello? Según san Agustín, esta forma de amar produce la concordia; en otro lugar lo llamará «unanimidad»: en todo caso, se trata de esa la unidad espiritual de almas y corazones que es gozo para quienes asumen la búsqueda de Dios y de su voluntad en todo momento. En cambio, la división es obra de aquel que se busca a sí mismo, y no practica el amor a Dios y al prójimo.

La «buena voluntad» de la que habla san Agustín es aquella que nace en nosotros como convicción asumida de buscar a Dios y cumplir su voluntad. Esta es fruto de la gracia de Dios que atrae hacia sí a sus elegidos. Se trata de que ella, la «buena voluntad», te «unifique» desde el interior, y genere desde ahí acciones que reflejen o busquen tu unión con Dios y con el prójimo.

El Espíritu Santo realiza esta transformación interior; es la fuente de ese amor, de ese fruto, de esta buena voluntad. Nuestro esfuerzo debe acompañar su atracción con discernimiento y compromiso.

COMPROMISO:

¿Hay alguien a quien perdonar, a quién dar, a quien amar? Revisa tus relaciones y asume el compromiso de cambio desde tus mismas actitudes.

ORACIÓN FINAL:

Nosotros, Señor, somos tu pequeña grey. Tú nos posees. Extiende tus alas para que nos refugiemos bajo ellas. Tú serás nuestra gloria. Por ti seamos amados y tu palabra sea temida en nosotros (Confesiones 10, 36, 59).