Fue una sorpresa muy grata poder leer aquello que le escribía al Señor hace 10 años, cuando realizaba mi discernimiento vocacional. Al leer, recordaba ese deseo inmenso que sentía de ser completamente de Dios. Ya no me bastaba dedicarle solo un tiempo, sino que sentía la necesidad de entregarlo TODO. Y describía algunos sueños de ser un fraile que se dedique a la oración y a predicar la palabra de Dios.
Luego de estos años, debo admitir que el vivir del día a día ha hecho que apague muchos de estos sueños. No solo eso, sino que muchas veces he experimentado a un Dios lejano. En medio de todo esto, una frase que salía a mi encuentro en mi oración diaria era: Para mí la vida es Cristo; y me hacía la pregunta: ¿Cómo Pablo es capaz de decir esto? ¿Cómo puede decir que toda su vida es esta persona que muchas veces está ausente? Me sentía tan lejos de poder decir esa frase.
Sin embargo, es una frase que está ahí en mi corazón y no quiere salir. Es por eso, que le pedí a una gran amiga que pueda diseñar esa frase con el rostro de Jesús para pegarlo al frente de mi escritorio. Al ver esta imagen todos los días, he podido comprender cuál era el problema: ¡yo me estaba mirando mucho a mí y no miraba a Cristo! Como si la vocación hubiese nacido de mí y no del Señor.
He podido recordar que el verdadero protagonista de esta historia es Jesús, Él es el que me ha llamado por pura misericordia. Y a pesar que mi amor hacia Él es pobre, en estos 10 años no he dejado de experimentar esas ganas inmensas de entregarme por completo a Él. El pasado viernes 19 de marzo realizé esta entrega para siempre. Sé que significó morir a mí mismo, pero confío en que Jesús me dará una nueva vida en Él. Porque Para mí, la vida es Cristo; y una ganancia el morir (Flp 1, 21).