07 DE NOVIEMBRE – DOMINGO 32º DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

PREPARAR: 

Pacificar el corazón: Date un espacio adecuado para la oración.

Invocar al Espíritu Santo: Pídele al Espíritu Santo que te dé luz para entender las Escrituras.

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Oh Dios, para quien todo sentimiento está patente, y a quien habla toda voluntad y para quien ningún secreto queda escondido, por medio de la infusión del Espíritu Santo purifica los pensamientos de nuestro corazón, para que podamos merecer amarte perfectamente y alabarte con dignidad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

LEER:

¿Qué me dice el texto?

Lee atentamente la lectura bíblica:  Ponte en contexto, fíjate en los personajes, acciones, sentimientos, etc.

Puedes encontrar la frase que te impacte y detente en ella.

Lectura del santo evangelio según san Marcos (12, 38-44):

En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa».

Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales.

Llamando a sus discípulos, les dijo: «Les aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, qué pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».

Palabra del Señor,

Gloria a ti, Señor Jesús

MEDITAR CON SAN AGUSTÍN:

Ignoro si puede encontrarse alguna persona a la que hayan aprovechado las riquezas. Quizá diga alguien: «Entonces, ¿no fueron de provecho las riquezas a quien usó bien de ellas alimentando a los hambrientos, vistiendo a los desnudos, hospedando a los forasteros, redimiendo a los cautivos?» Todo el que obra así, lo hace para que no le perjudiquen sus riquezas. ¿Qué sucedería si no poseyese esas riquezas con las que hace misericordia, siendo tal que estuviese dispuesto a hacerla, si se hallase en posesión de ellas? Dios no se fija en las riquezas por abundantes que sean, sino en las voluntades rebosantes de amor. ¿Acaso eran ricos los apóstoles? Abandonaron solamente unas redes y una barquichuela y siguieron al Señor. Mucho abandonó quien abandona toda esperanza mundana, como la viuda que depositó dos céntimos en el cepillo del templo. Nadie —dijo el Señor— dio más que ella; a pesar de que muchos ofrecieron gran cantidad de dinero porque eran ricos, ninguno donó tanto como ella en ofrenda a Dios, es decir, en el cepillo del templo. Muchos ricos echaban en abundancia, y él los contemplaba, pero no porque echaban mucho. Esta mujer entró en el templo con solo dos céntimos. ¿Quién se dignó poner al menos los ojos en ella? La vio el que no mira la mano llena sino el corazón. Él se fijó en ella e hizo que otros se fijasen también; haciendo que se fijasen en ella, dijo que nadie había dado tanto como ella. En efecto, nadie dio tanto como la que no reservó nada para sí.

Por ello, si tienes poco, poco darás; si tienes más, darás más. Ahora bien, ¿acaso, por dar poco al tener poco, tendrás menos, o recibirás menos porque diste menos? Si se examinan las cosas que se dan, unas son grandes, otras son pequeñas; unas copiosas, otras escasas. Pero si se escudriñan los corazones de quienes dan, con frecuencia hallarás en quienes dan mucho un corazón tacaño, y en quienes dan poco, un corazón generoso. Efectivamente, te fijas en lo mucho que uno da y no en cuánto se reservó para sí ese que tanto dio, ni en cuanto en definitiva dio, ni en cuantos bienes ajenos robó quien de lo robado da algo a los pobres, como queriendo corromper con ello al juez divino.

Lo que consigues con tu donación es que no te perjudiquen tus riquezas, no que te aprovechen. Porque, incluso si fueras pobre y desde tu pobreza dieses aunque fuera poco, se te imputaría tanto como al rico que da en abundancia, o quizá más, como a aquella mujer (Sermón 105 A, 1).

REFLEXIONAR:

Marcos ubica estas dos situaciones y enseñanzas, una relativa a los letrados o maestros de la ley, y otra frente a la viuda y su ofrenda, cuando Jesús se encuentra en Jerusalén, días antes de ser arrestado para cumplir su Pascua, que es la nuestra. En el capítulo 12, ya sin milagros, encontramos a Jesús profeta, frente a un pueblo que asume sus enseñanzas y autoridad con agrado, y frente también a las autoridades judías que lo tientan constantemente y lo quieren atrapar, pero que terminan sorprendidos, sin palabras ante su mensaje, e inmovilizados.

Como profeta, esta vez Jesús anuncia el bien y denuncia el mal oculto en las acciones que realizamos. La raíz en nosotros, que hace que nos cerremos y que nuestras acciones sean limitadas, según el ejemplo de los escribas, es la codicia (que los lleva a la hipocresía, la corrupción y la estafa), pues nos hace acumular para nosotros mismos. En cambio, la viuda nos enseña que, desde la raíz de la generosidad, nos hacemos disponibles y nuestras acciones no se dirigen hacia nosotros mismos, sino hacia Dios, para poner en sus manos, y al servicio de todos, nuestros bienes venidos de Él. Si la codicia genera «buenas acciones» retorcidas (pues están en vista de un beneficio privado, a veces dando de lo que les sobra), los generosos obran el don de sí, dando a Dios el «todo para vivir» en cada momento, logrando inaugurar la práctica de la solidaridad cristiana. Está claro que Jesús simpatiza con estos últimos: no se trata de sorprender a otros y a Dios con grandezas exteriores; basta que el corazón sea grande para que la ofrenda correspondiente a dos de las monedas de menos valor en circulación signifiquen mucho. A los ojos de Dios, es agradable un corazón pobre, pues quien lo posee estará abierto y disponible a Él: dejará todas las seguridades para abandonarse enteramente a la misericordia de Dios. Los comentaristas no dejan de subrayar este magistral final de las enseñanzas de Jesús en el Templo: no se trata de una disputa más, ni de un discurso, tampoco de un texto de las Escrituras o de algún rito… sino de un gesto de una desconocida, tomado del momento y realzado por Jesús.

Con san Agustín, podemos subrayar que el amor-don-de-Dios está llamado a ser la raíz de nuestras acciones, para que nos aprovechen. Y el corazón, que alberga tal amor, al no estar oculto a Dios, nos ofrece la idea de no intentar engañarlo. A fin de cuentas, dirá Agustín que las riquezas podrán aprovecharte aquí, pero se trata de que no te perjudiquen para la vida eterna. La generosidad es la clave. Lo superfluo siempre te llenará de mucho-innecesario. Y pensar así en una sociedad de consumo y de la acumulación material, donde el capital se idolatra, dónde «es mejor tener y no necesitar, que necesitar y no tener”, es contra-cultural. Según la lógica de Jesús, más bien, «es mejor necesitar menos que tener mucho». La liberación del apego a lo material y a lo privado repercute a favor de una búsqueda de Dios más intensa, y esto, como hemos visto, nos impulsa a amar al prójimo, ver su necesidad y atenderla generosamente.

COMPROMISO:

Ya sabemos qué hacer, como modelar el corazón: hacerse pequeño, para ser grande frente a Dios. ¿ Mucho pedir no? ¿Cómo hacer cuando, en cambio, nos piden ser competitivos, mostrarse con méritos, ganar liderazgo en el ambiente? Simplemente: hay que ser contra-cultural. Los discípulos de Jesús reciben la propuesta y la lógica de ir más allá, más allá de la mentalidad y del buen sentido común. A partir de ello, podrías:

  • dar sin hacer cálculos;
  • aprender de la pedagogía de Jesús, quien nos invita a observar pero en profundidad, para no caer en valoraciones superficiales de hechos y personas, aprendiendo la capacidad de mirar más allá de las apariencias;
  • dar desde lo que te falta, el tiempo que te falta, compartir los bienes que no te sobran.

Jesús se presenta rendido frente al gesto de la viuda, que encierra un discurso para el corazón. Y tú, ¿qué gesto podrías proponer, así como el de la viuda, para esta semana?

ORACIÓN DE SAN AGUSTÍN:

Señor Dios, danos la paz, puesto que nos has dado todas las cosas; la paz del descanso, la paz del sábado, la paz sin ocaso. Porque todo este orden hermosísimo de cosas muy buenas, terminados sus fines, pasará; y por eso se hizo en ellas mañana y tarde (Confesiones 13, 35, 50).