06 de febrero – Domingo 5.º del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

PREPARACIÓN: 

Pacificar el corazón: Date un espacio adecuado para la oración.

Invocar al Espíritu Santo: Pídele al Espíritu Santo que te dé luz para entender las Escrituras.

 

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Oh Dios, para quien todo sentimiento está patente, y a quien habla toda voluntad y para quien ningún secreto queda escondido, por medio de la infusión del Espíritu Santo purifica los pensamientos de nuestro corazón, para que podamos merecer amarte perfectamente y alabarte con dignidad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

 

LECTURA:

¿Qué me dice el texto?

Lee atentamente la lectura bíblica:  Ponte en contexto, fíjate en los personajes, acciones, sentimientos, etc.

Puedes encontrar la frase que te impacte y detente en ella.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (5, 1-11):

En aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes.

Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:

«Rema mar adentro, y echa las redes para la pesca».

Respondió Simón y dijo:

«Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».

Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaron a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:

«Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador».

Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

Y Jesús dijo a Simón:

«No temas; desde ahora serás pescador de hombres».

Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Palabra del Señor,

Gloria a ti, Señor Jesús

 

MEDITACIÓN CON SAN AGUSTÍN:

Recordemos la primera pesca, para ver en ella cómo es la Iglesia del tiempo presente. El Señor Jesús encontró a sus discípulos entregados a la pesca cuando por primera vez los llamó a que lo siguiesen. Entonces no habían capturado nada en toda la noche. Cuando lo vieron, escucharon que les decía: Echen las redes. Ellos replicaron: Señor, en toda la noche nada hemos capturado pero, en tu palabra, las echamos. Echaron las redes por orden del todopoderoso. ¿Qué otra cosa podía hacerse sino su voluntad? Con todo, como ya dije, en ese mismo hecho se dignó simbolizar algo que nos conviene conocer. Echaron, pues, las redes. El Señor aún no había sufrido la pasión ni había resucitado. Echaron las redes: capturaron tal cantidad de peces que las dos barcas se llenaron y las mismas redes se rompían de tantos que eran. Entonces les dijo: Vengan y haré de ustedes pescadores de hombres. Recibieron de él las redes de la palabra de Dios, las echaron al mundo como si fuera un mar profundo, y capturaron la muchedumbre de cristianos que vemos y nos causa admiración. Aquellas dos barcas simbolizaban a dos pueblos, el de los judíos y el de los gentiles, el de la Sinagoga y el de la Iglesia, el de la circuncisión y el de la no circuncisión. Cristo es la piedra angular (cf. Ef, 2, 20) de aquellas dos barcas, semejantes a dos paredes que traen distinta dirección. Pero ¿qué hemos escuchado? Que entonces las barcas amenazaban hundirse por la multitud de peces. Lo mismo sucede ahora: los muchos cristianos que viven mal oprimen a la Iglesia. Y esto es poco: también rompen las redes. Pues, si no se hubiesen roto las redes, no hubiesen existido las divisiones (Sermón 248, 2).

 

REFLEXIÓN:

Nuestro evangelio está ubicado después del episodio de la sinagoga de Nazaret, en medio de relatos de sanaciones y exorcismos, entre los pueblos de Galilea. Jesús ha venido a cumplir las promesas anunciadas, y comienza acogiendo la debilidad personal, atendiéndola y restaurándola: no deja en la misma condición a quien abre su existencia al don de Dios. Pero esta labor, según la lógica de la encarnación, requiere del esfuerzo y compromiso humanos.

Justamente, este contexto de nuestro evangelio nos proporciona la clave de lectura: Jesús, enviado a pobres, débiles y pecadores, toma a algunos de entre ellos para transformar sus vidas, ampliar sus horizontes y compartirles su envío: acontece en su historia, marca un antes y un después, y así su devenir se convierte en un plan de vida al servicio del prójimo. Pescar era normal para ellos, como una actividad que les generaba seguridades y expectativas; pero Dios irrumpe en esa normalidad y les enseña a verla con ojos nuevos: lo ordinario hecho extraordinario. Dios es quien elige y llama.

El llamado de Jesús implica estar con él y seguirle, lo que requiere una total disposición interior de buscar y aceptar la voluntad de Dios. En el caso de Pedro y sus amigos pescadores, es importante pasar, de la admiración y temor por ser llamado aun siendo pecadores, al agradecimiento y alegría de «seguir a Jesús» y «dejarlo todo».

Para Agustín, en este texto, no solo encontramos el misterio de Cristo, sino también el misterio de la Iglesia: ambos son una sola realidad que ha acogido al débil y vulnerable. Al igual que en el relato, la Iglesia podría ser a veces fruto de una «pesca» impresionante, numerosa; pero, como en otras situaciones, el número puede esconder una realidad menos agradable: reunión de buenos y malos, doblez de corazón, enemistades y divisiones. Las tensiones y conflictos pueden otorgarnos grandes aprendizajes.

 

COMPROMISO:

¿Qué aspecto de tu historia vocacional puede verse reflejado en este texto? ¿Qué compromiso, al estilo de Jesús, podrías renovar, para seguirle con mayor compromiso?

 

ORACIÓN FINAL:

Señor Dios, danos la paz, puesto que nos has dado todas las cosas; la paz del descanso, la paz del sábado, la paz sin ocaso. Porque todo este orden hermosísimo de cosas muy buenas, terminados sus fines, pasará; y por eso se hizo en ellas mañana y tarde (Confesiones 13, 35, 50).