Pacificar el corazón: Date un espacio adecuado para la oración.
Invocar al Espíritu Santo: Pídele al Espíritu Santo que te dé luz para entender las escrituras.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Te pedimos, Señor, que llenes nuestros corazones con la luz del Espíritu Santo, para que te busquemos en todas las cosas y cumplamos con gozo tu voluntad. Por Cristo nuestro Señor. Amén
¿Qué me dice el texto?
Lee atentamente la lectura bíblica: Ponte en contexto, fíjate en los personajes, acciones, sentimientos, etc.
Puedes encontrar la frase que te impacte y detente en ella.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (8, 27-35)
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y ¿quién dicen ustedes que soy?»
Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirles: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Se lo explicaba con toda claridad.
Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»
Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Miren, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»
Palabra del Señor,
Gloria a ti, Señor Jesús
Veamos, pues, qué es el niéguese a sí mismo, Pues grande es, amadísimos hermanos, la recompensa que se nos propone […] No ames esta vida temporal y no te opongas a la vida eterna; más aún, cede ante la vida eterna para hacerte eterno también tú; niégate para confesar a Dios; niégate, hombre, para ser hecho como los ángeles; niégate, hombre mortal, para que, después de haber confesado a Dios, merezcas vivir por siempre. Advierte que amas la vida temporal: no quieres negarla a ella, pero quieres negar a Dios. Si Dios, a quien negaste y a quien no quisiste confesar, se aparta de ti, tendrás la vida temporal, que no quisiste negar. Veamos, pues, por cuánto tiempo has de durar en esta vida. Llegará el mañana, y después del mañana, otro día, y después de muchos más llegará el fin. ¿Y adónde irás? ¿Adónde saldrás? Ciertamente, hacia Dios, a quien negaste. ¡Oh desgraciado e infeliz! Has negado a Dios y, quieras o no, has perdido también la vida temporal. En efecto, esta vida, hermanos amadísimos, queramos o no, pasa, corre; neguémonos, pues, en esta vida temporal para merecer vivir por siempre. Niégate a ti, confiesa a Dios. ¿Amas tu alma? Piérdela (San Agustín, Sermón 313 D, 2).
Jesús aparece en camino con sus discípulos hacia Jerusalén, así como nosotros, en la vida, caminamos junto con Él y con los hermanos hacia la Patria del cielo. Y el camino de nuestra vida resulta ser un espacio de crecimiento, de mejor conocimiento de Jesús y de esclarecimiento de nuestra búsqueda. Porque podríamos ser como Pedro, y seguir a un Cristo a nuestra medida y de acuerdo a nuestras expectativas, y así necesitar revisar nuestra visión y perspectiva al seguir a Jesús, a la luz de la Palabra.
San Agustín nos advierte que nuestro amor debe estar ordenado hacia Dios, haciendo de la vida temporal, con sus momentos alegres y tristes, un espacio y momento para crecer, negándose a descuidar la voluntad de Dios.
¿Cómo va nuestro caminar con Jesús? ¿Las dudas me hacen confiar más en mis fuerzas e ideas que en Sus promesas? ¿A quién busco en las gratificaciones: a mí, a Dios? ¿A quién busco en el servicio a los hermanos? Si Cristo va hacia Jerusalén a morir, es porque me está enseñando e invitando a seguirle en medio de las tentaciones, momentos privilegiados para negarte y afirmar quién es tu Dios.
En tu interior, esta semana, revisa hacia dónde diriges tus prácticas religiosas y tu servicio, si has hecho de ellas algo muy pragmático y auto-gratificante, un “cumplo-y-miento”. Renueva también tu compromiso bautismal de seguir a Cristo.
La casa de mi alma es demasiado pequeña para acogerte, Señor. Hazla más grande. La casa de mi alma amenaza ruina. Restáurala, Señor. Lo sé, reconozco que da pena verla. ¡Está tan destartalada! ¿Quién será capaz de arreglarla? Ciertamente, yo no. ¡Sólo tú puedes arreglarla y limpiarla! Puesto que así lo creo, por eso me dirijo a ti. ¡Y.. tú lo sabes, Señor! (Confesiones 1,5,6)