03 DE OCTUBRE – DOMINGO 27º DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

PREPARAR: 

Pacificar el corazón: Date un espacio adecuado para la oración.

Invocar al Espíritu Santo: Pídele al Espíritu Santo que te de luz para entender las escrituras.

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Oh Dios, que llenaste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo; concédenos que, guiados por el mismo Espíritu, sintamos con rectitud y gocemos siempre de su consuelo. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

LEER:

¿Qué me dice el texto?

Lee atentamente la lectura bíblica:  Ponte en contexto, fíjate en los personajes, acciones, sentimientos, etc.

Puedes encontrar la frase que te impacte y detente en ella.

Lectura del santo evangelio según san Marco (10, 2-16):

En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?»

Él les replicó: «¿Qué les ha mandado Moisés?»

Contestaron: «Moisés Permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.»

Jesús les dijo: «Por la terquedad de ustedes dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios «los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne.» De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio».

Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí: no se lo impidan; de los que son como ellos es el reino de Dios. Les aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él».

Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

MEDITAR CON SAN AGUSTÍN:

Aquel que había puesto este obstáculo al ánimo pronto a la discordia para impedirle el divorcio, no quería, pues, el divorcio, tanto más cuanto que entre los judíos, según parece, sólo a los escribas era permitido escribir el hebreo; y como eran hombres de espíritu conciliador y prudentes intérpretes de la justicia, la ley disponía que el que tenía que proveerse de escritura legal para repudiar a su mujer fuera a ellos. Y como sólo ellos podían escribir este documento, les daba la ocasión en estos casos de dar buenos consejos al que, obligado por la necesidad, venía de este modo a sus manos, tratando de persuadirlo a que se reconciliara con su mujer y a que la amase viviendo en paz con ella. Pero si era tal el odio, que no fuera posible extinguirlo ni apaciguarlo, entonces se le daba el documento de divorcio, considerando que hasta convenía se separase de una persona a quien odiaba de modo que había sido inútil el consejo de personas prudentes para hacerlo que la amara como debía. «A los cuales -prosiguió- replicó Jesús: En vista de la dureza de vuestros corazones os dejó mandado eso». En efecto, aquella dureza era tan grande que ni por el obstáculo del escrito, que ofrecía ocasión a hombres justos y prudentes de disuadir al sujeto, podía ser vencida ni doblegada para volver al amor y unión conyugales. He aquí cómo convence a los judíos de que no se debe repudiar a la esposa con las palabras de Moisés, cuando ellos creían que obraban conforme a la ley de aquél repudiándola. De igual modo y por el mismo testimonio de Cristo sabemos que fue Dios quien hizo y unió al varón y la mujer, lo que niegan por su mal los maniqueos, oponiéndose así no ya a los libros de Moisés, sino al mismo Evangelio de Cristo (Contra Fausto 19, 26.29).

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL:

Jesús sigue en camino y los suyos con él. Ingresa ahora a la región de Judea, siempre más cerca de Jerusalén. Y mientras más se acerca al supremo momento de su entrega por nosotros, más clarifica su mensaje, como si el evangelista quisiera brindar criterios clave para que su comunidad discierna ciertas costumbres. En este caso, el divorcio es puesto sobre la mesa. ¿Dónde descansan nuestras convicciones y nuestras fuerzas?, parece ser la cuestión de fondo. Los fariseos habían subrayado sus añadidos a los planes de Dios, siguiendo ciertos valores culturales (como el dominio del varón sobre la mujer y el legalismo), interpretando y justificando la división y separación. En cambio, Jesús mira lo esencial como clave de interpretación para estos y otros casos: la voluntad de Dios quiere la acogida, el perdón, la unidad. Ante la terquedad (o “dureza de corazón”) que separa, viene proclamado el designio de amor que une y convoca, al punto de desaconsejar la división y generar una revolución de costumbres (en este caso, hacia la igualdad y respeto mutuo en pareja).  Para san Agustín, esta unión es un fruto del amor, don interior de Dios, y de la voluntad humana fortalecida y encaminada hacia Su voluntad. Los maniqueos le habían enseñado a escandalizarse de la unión matrimonial, entendida como fruto de la discordia entre el Dios bueno y el principio del mal; pero desde su conversión, la acogida de Jesús Dios y hombre le señaló que el camino a seguir es aquel que pasa por la concordia en comunidad, cuyas evidencias son la amistad y la fraternidad. Una vez más, el dominio y la tensión hacia la exclusividad de los discípulos quedan rechazados, pues Jesús confronta estas actitudes con los niños que, a diferencia de los fariseos, no ponen a prueba a Jesús, sino que lo buscan y lo acogen con sencillez y alegría. En ellos el reino de Dios se realiza.

COMPROMISO:

Este evangelio nos invita a revisar nuestras actitudes y nuestros “valores” en comunidad y frente a los otros. En culturas de grupo, donde hay cierta búsqueda de liderazgo, habría que revisar constantemente si esta pretensión proviene de una alegría y concordia cristiana sin exclusivismos. Porque podría entrar en ello el orgullo, la búsqueda de dominio y la manipulación del discurso religioso a conveniencia del poder personal o de cierto grupo. Podría ser que el cumplimiento de la ley (siempre acomodable) y el estar bien con ella para mostrarse exteriormente correcto, sea tu fachada perfecta para encubrir egoísmos que no te permitan estar bien con lo verdaderamente importante, es decir, estar bien con el proyecto de Dios, con los valores de su reino, desde tu corazón. En resumen, tenemos un compromiso de discermiento para esta semana:  ¿qué reflejan mis acciones: una búsqueda sincera de Dios? ¿O acaso el cumplimiento de la ley ha ocultado este fin?

ORACIÓN DE SAN AGUSTÍN:

Bienaventurado el que te ama a ti, Señor, y al amigo en ti, y al enemigo por ti, porque únicamente no podrá perder al amigo quien tiene a todos por amigos en aquel que no puede perderse. Y, ¿quién es éste sino nuestro Dios, el Dios que «ha hecho el cielo y la tierra»? Nadie, Señor, te pierde, sino el que te deja  (Confesiones 4, 9, 14).