03 DE ABRIL – DOMINGO 5.º DEL TIEMPO DE CUARESMA (CICLO C)

PREPARACIÓN: 

Pacificar el corazón: Date un espacio adecuado para la oración.

Invocar al Espíritu Santo: Pídele al Espíritu Santo que te dé luz para entender las Escrituras.

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Oh Dios, para quien todo sentimiento está patente, y a quien habla toda voluntad y para quien ningún secreto queda escondido, por medio de la infusión del Espíritu Santo purifica los pensamientos de nuestro corazón, para que podamos merecer amarte perfectamente y alabarte con dignidad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

LECTURA:

¿Qué me dice el texto?

Lee atentamente la lectura bíblica:  Ponte en contexto, fíjate en los personajes, acciones, sentimientos, etc.

Puedes encontrar la frase que te impacte y detente en ella.

Lectura del santo evangelio según san Juan (8, 1-11):

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.

Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.

Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.

Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.

Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».

Ella contestó: «Ninguno, Señor».

Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

Palabra del Señor,

Gloria a ti, Señor Jesús

MEDITACIÓN CON SAN AGUSTÍN:

Fíjense ahora hasta qué punto los enemigos del Señor pusieron a prueba su mansedumbre. […] ¿Acusarlo de qué? ¿Acaso lo habían sorprendido a él mismo en algún delito o se decía que aquella mujer estaba de algún modo relacionada con él? ¿Qué significa, pues: Para ponerlo a prueba, para poder acusarlo? Entenderemos, hermanos, que en el Señor sobresalió una mansedumbre asombrosa, pues reconocieron que él era extremadamente tierno, extremadamente manso, ya que de él se había predicho antes: Potentísimo, cíñete con tu espada cerca de tu muslo; marcha con tu porte y hermosura, avanza felizmente y reina por la verdad y la mansedumbre y la justicia  (Sal 45, 4-5). Trajo, pues, la verdad como Maestro, la mansedumbre como Liberador, la justicia como Juez instructor. Por eso, un profeta había predicho que él iba a reinar en virtud del Espíritu Santo (cf. Is 11). Cuando hablaba, se reconocía la verdad; cuando no se movía contra los enemigos, se loaba la mansedumbre. Porque, pues, la malevolencia y la envidia torturaban a los enemigos por esas dos cosas, esto es, su verdad y mansedumbre, le pusieron un tropiezo en la tercera, esto es, en la justicia. […] ¿Qué respondió el Señor Jesús? ¿Qué respondió la Verdad? ¿Qué respondió la Sabiduría? ¿Qué respondió la Justicia misma, contra la que se preparaba la intriga? Para no parecer que hablaba contra la Ley, no dijo: «No sea apedreada». Por otra parte, ni hablar de decir «Sea apedreada», pues vino no a perder lo que había encontrado, sino a buscar lo que estaba perdido (Lc 19, 10). ¿Qué respondió, pues? ¡Fíjense qué respuesta tan llena de justicia, tan llena de mansedumbre y verdad! El que de vosotros está sin pecado, afirma, contra ella tire el primero una piedra. ¡Oh respuesta de sabiduría! ¡Cómo les hizo entrar dentro de sí mismos! Fuera, en efecto, inventaban intrigas, por dentro no se escudriñaban a sí mismos; veían a la adúltera, no se examinaban a sí mismos. Los prevaricadores de la Ley ansiaban que la Ley se cumpliera, y esto inventando intrigas; no de verdad, como condenando el adulterio con la castidad (Tratado sobre el evangelio de san Juan  33, 4-5).

REFLEXIÓN Y COMPROMISO:
ORACIÓN FINAL:

Señor Dios, danos la paz, puesto que nos has dado todas las cosas; la paz del descanso, la paz del sábado, la paz sin ocaso. Porque todo este orden hermosísimo de cosas muy buenas, terminados sus fines, pasará; y por eso se hizo en ellas mañana y tarde (Confesiones 13, 35, 50).