​​​​9 DE ENERO – DOMINGO. BAUTISMO DEL SEÑOR, FIESTA (CICLO C)

PREPARACIÓN: 

Pacificar el corazón: Date un espacio adecuado para la oración.

Invocar al Espíritu Santo: Pídele al Espíritu Santo que te dé luz para entender las Escrituras.

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Te pedimos, Señor, que llenes nuestros corazones con la luz del Espíritu Santo, para que te busquemos en todas las cosas y cumplamos con gozo tu voluntad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

LECTURA:

¿Qué me dice el texto?

Lee atentamente la lectura bíblica:  Ponte en contexto, fíjate en los personajes, acciones, sentimientos, etc.

Puedes encontrar la frase que te impacte y detente en ella.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (3, 15-16.21-22):

Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: «Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego». Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección».

Palabra del Señor,

Gloria a ti, Señor Jesús

MEDITACIÓN CON SAN AGUSTÍN:

Juan había recibido un bautismo al que propiamente denominarían de Juan, y el Señor Jesucristo, por su parte, no quiso dar su bautismo a nadie, no para que nadie fuese bautizado con el bautismo del Señor, sino para que bautizase siempre el Señor en persona, esto se hizo para que el Señor bautizase mediante ministros, esto es, para que a quienes iban a bautizar los ministros del Señor, los bautizase el Señor, no ellos. En efecto, una cosa es bautizar por ministerio, otra bautizar por potestad, pues el bautismo es tal cual es aquel en virtud de cuya potestad se da, no cual es ese mediante cuyo ministerio se da. El bautismo de Juan era como era Juan: bautismo justo por venir de un justo, pero hombre, el cual empero había recibido del Señor esta gracia, ¡y gracia tan grande!: ser digno de preceder al juez, mostrarlo con el dedo y cumplir la palabra de aquella profecía: Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor (Is 40, 3). En cambio, el bautismo del Señor es cual el Señor; el bautismo del Señor, pues, es divino porque el Señor es Dios (Tratado sobre el evangelio de san Juan 5, 6).

REFLEXIÓN:

Para Lucas, la acción y el mensaje de Juan Bautista abren un momento oportuno de conversión ante la llegada del Mesías. Por ello, su testimonio, al servicio de Quien viene, es importante, pues representa el modo de vida y de discurso de quien acoge la Presencia y el Plan de Dios, recibe el don del cambio interior y sirve a Dios y a los hermanos. Jesús acoge su bautismo como preparación para la misión encomendada. Pero, al parecer, Lucas pone el énfasis en la teofanía (manifestación de Dios), como fruto de la oración de Jesús y expresión de lo que Jesús es y ha venido a hacer: es Hijo de Dios Padre, quien había de venir para obrar la salvación; es predilecto del Padre, pues su vida está identificada con la voluntad de Dios; está lleno del Espíritu.

Para san Agustín, por ser hermanos, estamos llamados a ser mediadores y no obstáculos para que otros se acerquen a Dios y reciban de Él la vida. La clave, una vez más, es el servicio y el amor, no el poder ni el dominio.

COMPROMISO:

Este evangelio nos ofrece un espacio apropiado para reconsiderar nuestro bautismo. Si deseas, piensa en las promesas bautismales. Pero ahora, más bien, te proponemos fortalecer en ti la convicción de fe de ser hijos de Dios: hijos en el Hijo; hijo junto con los hermanos. ¿Cómo mantener viva esta convicción y esta llamada al servicio? ¿Qué acto concreto de cercanía a Dios y a los hermanos ofrecer esta semana?

ORACIÓN FINAL:

La casa de mi alma es demasiado pequeña para acogerte, Señor. Hazla más grande. La casa de mi alma amenaza ruina. Restáurala, Señor. Lo sé, reconozco que da pena verla. ¡Está tan destartalada! ¿Quién será capaz de arreglarla? Ciertamente, yo no. ¡Sólo tú puedes arreglarla y limpiarla! Puesto que así lo creo, por eso me dirijo a ti. ¡Y.. tú lo sabes, Señor! (Confesiones 1, 5, 6).