31 DE OCTUBRE – DOMINGO 31º DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

PREPARAR: 

Pacificar el corazón: Date un espacio adecuado para la oración.

Invocar al Espíritu Santo: Pídele al Espíritu Santo que te dé luz para entender las Escrituras.

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Oh Dios, para quien todo sentimiento está patente, y a quien habla toda voluntad y para quien ningún secreto queda escondido, por medio de la infusión del Espíritu Santo purifica los pensamientos de nuestro corazón, para que podamos merecer amarte perfectamente y alabarte con dignidad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

LEER:

¿Qué me dice el texto?

Lee atentamente la lectura bíblica:  Ponte en contexto, fíjate en los personajes, acciones, sentimientos, etc.

Puedes encontrar la frase que te impacte y detente en ella.

Lectura del santo evangelio según san Marcos (12, 28-34):

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»

Respondió Jesús: «El primero es: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser». El segundo es éste: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No hay mandamiento mayor que éstos».

El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».

Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Palabra del Señor,

Gloria a ti, Señor Jesús 

MEDITAR CON SAN AGUSTÍN:

No es posible en quien ama a Dios que no se ame a sí mismo; y más diré: que sólo se sabe amar a sí mismo quien ama a Dios. Ciertamente se ama mucho a sí mismo quien pone toda la diligencia en gozar del sumo y verdadero bien; y como ya hemos probado que es Dios, es indudable ser mucho lo que se ama a sí mismo quien es amante de Dios. ¿No debe existir entre los hombres vínculo alguno de amor que los una? Más bien es verdad que no hay peldaño más seguro para subir al amor de Dios que la caridad del hombre para con sus semejantes. Que nos hable del segundo precepto el Señor, quien, preguntado sobre los preceptos de la vida, no habló de uno solo, sabiendo, como sabía, que es una cosa Dios y otra el hombre, y tan distinta como es la distinción entre el Creador y la criatura, hecha a su imagen. El segundo precepto: Amarás, dice, a tu, prójimo como a ti mismo. No será bueno el amor de ti mismo si es mayor que el que tienes a Dios. Y lo mismo que haces contigo, hazlo con tu prójimo, con el fin de que él ame a Dios también con perfecto amor. Pues no le tienes el amor que a ti mismo si no te afanas por orientarle hacia el bien al que tú te diriges; es éste un bien de tal naturaleza, que no disminuye con el número de los justos que contigo tienden a El. Aquí tienen su origen los deberes que rigen la comunidad humana, en los que no es tan fácil acertar. Pero al menos sepamos, ante todo, ser buenos, no servirnos contra nadie de la mentira ni de la doblez, porque no hay nada más próximo al hombre que el hombre mismo.

Oye también lo que dice San Pablo: El amor del prójimo no hace el mal (Rm 13, 10). Me sirvo de textos muy cortos, pero bastan para probar lo que intento, ya que nadie ignora el número y calidad de los testimonios que se leen en todas las páginas de los libros santos relativas al amor del prójimo, y como sólo hay dos modos de delinquir contra el prójimo: uno causándole daños y otro negándole nuestra ayuda cuando se le puede prestar, y por esto son los hombres malos, y ninguna de estas cosas hace el que ama, por eso pienso que la sentencia El amor del prójimo no obra mal, prueba lo que quiero demostrar. Y si no podemos obrar el bien sin haber dejado antes de hacer el mal, el amor del prójimo es como el principio del amor de Dios; y por este principio de San Pablo nos elevamos a lo que escribe a los fieles de Roma: Nosotros sabemos que todo coopera al bien para los que aman a Dios (Rm 8, 28)  (Las costumbres de la Iglesia católica  1, 26, 48-49).

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL:

Se dice que “el infierno está empedrado de buenas intenciones”. Podría esta frase expesar lo que pasó en tiempos de Jesús y de sus primeros discípulos con el judaismo, sobre todo aquel que frecuentaba las sinagogas. La “buena intención” era aquella de buscar constantemente hacer la voluntad de Yahvé. “El infierno”, en cambio, consistía en haber multiplicado las derivaciones de este cumplimiento más allá de la misma ley mosaica, al punto de haber generado cientos de mandamientos, redactados en negativo, pues la mayoría eran prohibiciones. Muchos judíos llegaban a sentirse superiores, como miembros del pueblo elegido por Dios, por haber recibido más leyes que otros pueblos, y desde ellas, por tener la posibilidad de alcanzar una “conciencia tranquila” al respetar una gran cantidad de normas o prácticas.

Esta situación, como vemos, estaba cargada de presunción, autosatisfacción y cierta escrupulosidad. En efecto, era un infierno: adoración de sí mismo y de leyes humanas. Por ello, muchos maestros buscaban señalar lo esencial, la unidad en tal multiplicidad, la simplificación que prevenga cualquier dispersión.

Los cristianos provenientes del judaísmo no podían no sentirse conflictuados, pues la predicación cristiana era diferente: el maestro Jesús, el Cristo resucitado, no se comporta como un legislador multiplicador de leyes; su mensaje coincidía con su vida y provocó otra sensibilidad religiosa novedosa, que, en vez de enfatizar el cumplimiento legal humano, comenzaba por anunciar al Dios Padre Misericordioso que cumple sus promesas y sostiene y guía amorosamente a la comunidad de creyentes hacia su voluntad y su cumplimiento, para que viva, ya en la tierra, las primicias del cielo. Seguir a Cristo implica un modo de vivir, por supuesto. Pero esta vida es “nueva”, fruto de la redención, de la sanación y regeneración, de haber sido amado primero y rescatado sin méritos propios. Si se quiere, podríamos decir que Jesús es el “código andante”, encarnación de la voluntad de Dios cumplida en bien de todos. Poner a Dios delante de todo lo demás no es fácil. Jesús nos enseña el modo, pues lo encarna. Las leyes escritas y su cumplimiento podrían terminar por dirigirnos lejos, subrayando el cumplimiento exterior. Con Cristo se cumple, más bien, eso de “la ley escrita en el corazón”; justamente, el corazón, porque Cristo trajo al mundo una revolución en la idea y práctica del amor.

Por todo esto, esta sección del evangelio de Marcos nos presenta un diálogo entre maestros, en busca de lo esencial, de lo primero. ¡Y el diálogo alcanza un acuerdo! Estamos llamados, constantemente, a referirnos a lo esencial, sacarlo siempre a la luz, para vencer la idolatría de sí mismos o de productos humanos: amar del todo a Dios desde tu totalidad y centro mismo (vida, voluntad,fuerzas), y amar al prójimo como tú te amas al tender hacia Dios, como nos enseña san Agustín, ese es el criterio esencial para discernir nuestra experiencia, nuestro pensar y actuar. Se trata de un solo y principal mandamiento, pues el amor a Dios (que es “el primero”) te hace tender hacia Él y Su Voluntad, la cual se expresa en el amor y cuidado requerido respecto de tus semejantes (que es “el segundo”); y este cuidado y empeño liberador que pongas al amar a los demás es la confirmación de cuánto amas a Dios, Bien Común, al punto de desear que todos Lo alcancen.

COMPROMISO:

La expresión que concentra la segunda parte del mandamiento principal, aquel “amar a tu prójimo como a ti mismo”, podría ser una invitación hoy para alejarnos de actitudes egoistas (ojo, “amarse a sí mismo” no es lo mismo que “ser egoista”). ¿Acaso tu dificultad en amar al prójimo proviene de tu incapacidad de amarte ordenadamente y de aceptarte a ti mismo? Piensa esta semana cuánto eres amado por Dios y pide a Dios, de ser necesario, recomponer tu amor por Él, tu capacidad de acogerLo: este sería el comienzo para amarte a ti mismo y así amar a los demás.

El escriba, estudioso de la ley, asiente, y confirma con sus palabras, la preeminencia del doble mandamiento del amor por sobre todo, incluso por sobre el mismo culto. Esto, al parecer, viene declarado en la escalinata del mismo Templo, pues Jesús ya se encuentra en Jerusalén y en breve será sacrificio agradable a Dios, justamente, fuera del Templo. El legalismo queda vencido por el amor. ¿Te comprometes a seguir este camino en tu vida, tendiendo a lo esencial en tu seguimiento de Cristo, para que el cumplimiento de las normas tenga esta tensión? Recuerda: el amor da sentido y orientación a todas tus observancias religiosas. Pero el amor a Dios y al prójimo supone el don de amar, que Dios da a sus elegidos: sé agradecido y pide que se fortalezca en ti. ¿Qué signo concreto de amor al prójimo practicarás esta semana?

ORACIÓN DE SAN AGUSTÍN:

Señor Dios, danos la paz, puesto que nos has dado todas las cosas; la paz del descanso, la paz del sábado, la paz sin ocaso. Porque todo este orden hermosísimo de cosas muy buenas, terminados sus fines, pasará; y por eso se hizo en ellas mañana y tarde (Confesiones 13, 35, 50).